Recuerdo su textura sedosa, derretirse lentamente entre mis dedos. A mis 16 años, ese pequeño elixir, pedazo de cielo comprimido en un bocado, tenía el poder de cambiar mi estado de ánimo en segundos. Cuando lo acercaba a mis labios, no podía impedir cerrar los ojos para absorber su aroma con una respiración profunda, como si se tratara de una meditación. Este ritual me llevaba a debatirme entre el placer y el remordimiento. Sabía que cada mordida provocaría una avalancha de sabor y consuelo, pero también aparecería el eco de una voz interna que siempre susurraba: ¡Voy a subir de peso!

Siendo una adolescente, no entendía por qué mi cuerpo parecía necesitarlo con urgencia. Pensaba que era un simple capricho, una debilidad de la voluntad. Pero detrás de ese deseo irresistible se escondía otra verdad: no era antojo, era química.

Durante el ciclo menstrual, la serotonina —la "hormona de la felicidad"— disminuye, dejándonos vulnerables al estrés y la ansiedad. ¿Y adivina qué? El chocolate ayuda a regular estos estados de ánimo. Según The Journal of Nutrition, el cacao contiene triptófano, un precursor de la serotonina, el mismo compuesto que nuestro cerebro produce cuando estamos enamorados.

¿Esto quiere decir que el chocolate solo se les antoja a las mujeres? La respuesta es: no. El magnesio del cacao ayuda en la producción de testosterona y la reducción del estrés. Un estudio de la Harvard Medical School reveló que los hombres que consumen chocolate negro regularmente tienen menor riesgo de enfermedades del corazón. Así que, hombres, ¡está bien que también se les antoje a ustedes!

Además, el chocolate amargo (mínimo 70% de cacao) reduce la ansiedad, mejora la circulación y aporta antioxidantes que combaten el envejecimiento. Endulzarlo con miel de abeja o consumirlo sin azúcar refinado lo hace aún más saludable. La actriz Audrey Hepburn dijo alguna vez: "El chocolate es tan vital para nuestra felicidad como el amor." ¡Cuánta razón tiene!

Pero los días en los que aquella adolescente de 16 años no podía contener el antojo, parecen no haber quedado atrás, porque incluso ahora la historia se repite. Con la llegada de la menopausia, nuevamente noto esos momentos en los que el chocolate es mi salvación. Esta vez, sin culpa. Ahora sé que mi cuerpo me está pidiendo un ajuste bioquímico y que el cacao es parte de la solución.

Si alguna vez has sentido que necesitas chocolate, escucha a tu cuerpo. No es un antojo sin sentido, es un llamado de tu cerebro en busca de bienestar. Y, como diría el escritor Patrick Skene Catling: "El chocolate no pregunta, el chocolate entiende".

El balance es la clave, el bienestar no está en prohibirnos los que nos hace felices, sino en integrarlo a nuestra vida con inteligencia. Para que la restricción no nos robe el placer, hay que entender que el chocolate, en su versión más pura, no es un enemigo, sino un aliado. Así que no se trata de privarnos por completo de algo que nos gusta tanto, sino de disfrutarlo con conciencia; no hay porque renunciar, sino elegir con sabiduría. Y este es el INGRIDiente secreto para vivir en armonía y disfrutar sin culpa: aprender a escuchar a nuestro cuerpo… quizá nos está pidiendo un chocolate.

Cuéntame en mi Instagram @ingridcoronadomx, ¿eres de los que también necesita su dosis de chocolate? Gracias por acompañarme una vez más.

IG: @Ingridcoronadomx /

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