Jamie pasa horas en redes sociales sin supervisión alguna. Está expuesto a contenidos misóginos disfrazados de “chistes” o emojis con significados ocultos. Mensajes que parecen insignificantes, pero que en realidad tienen una clara intención y en muchas ocasiones hieren, calan. Lo que en principio parece ser un inocente mensaje cargado de curiosidad, es en realidad una influencia silenciosa. Y todo empieza de forma inocua: una frase, un video, un emoji. Cuando no hay adultos presentes para guiar, cualquier mensaje puede sembrar algo profundo… y oscuro.
Sigo sin palabras después de haber visto Adolescence, la nueva serie de Netflix. Todavía no logro sacarla de mi cabeza. No solo por su propuesta visual —cuatro capítulos técnicamente impecables—, sino por lo profundo del mensaje y todo lo que remueve por dentro. La serie relata la historia de Jamie, un chico de 13 años, que crece con mucho amor… pero sin reglas. Lo que se desarrolla como una infancia aparentemente normal, termina en tragedia: una niña muerta, una familia rota. Pero de lo más perturbador, es entender el rol de los papás, quienes no supieron marcar límites a tiempo.
Tras ver la serie, un par de preguntas se hicieron presentes en mi mente: ¿Cuántas veces evitamos poner un límite por miedo a romper el vínculo? ¿Cuántas veces confundimos amor con permisividad?
Daniel J. Siegel lo dice claro en el libro Disciplina sin lágrimas: los niños necesitan afecto, pero también estructura. Límites puestos desde la conexión, no desde el control. Yo no crecí con este modelo. Aprendí tarde que decir “no” también es amar. Que evitar el conflicto no protege: expone.
Y no solo con los hijos hay que poner límites, sino en nuestras relaciones en general. Porque los límites son parte de cualquier relación sana. Decirle a tu pareja que algo no te hace bien, a tu jefe que no puedes seguir contestando mensajes a las 11 de la noche, a tu vecino que, respeto es evitar gritar en medio del pasillo durante la madrugada. Poner límites es un acto de amor. Por los demás y por ti.
Adolescence sacude porque muestra cómo el machismo también daña a los hombres, cómo se les enseña a callar lo que sienten, a valer solo si conquistan. Nos recuerda que hablar de emociones no es opcional. Que los chicos también necesitan aprender a tolerar la frustración, a equivocarse sin destruirse, a que no todo gira en torno a evitar el malestar inmediato.
Los que criamos hoy tenemos algo que generaciones anteriores no tuvieron: acceso a información. Y con eso, viene también la responsabilidad. No se trata de culparte, ni mirar atrás pensando “lo pude haber hecho mejor”. Se trata de ver hacia adelante y preguntarte: “¿qué necesito aprender hoy para hacerlo mejor?”.
Y si sabes que hay algún área de tu vida en la que debes poner límites y no lo has hecho, pregúntate: ¿En qué área necesitas hacerlo? ¿Por qué te cuesta tanto? ¿Por qué lo pospones? Intenta dar ese paso. A veces, el primer límite empieza simplemente por animarte a decirlo en voz alta.
Y ese es el INGRIdiente secreto, entender que poner límites no rompe el amor. Lo protege. Lo enmarca. Lo cuida. A veces un emoji puede ser el principio de una tragedia, pero poner un límite a tiempo, puede evitarla.
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