La primera vez que escuché el nombre de John F. Kennedy fue cuando era muy niño. Mi nana me decía que había sido un gran hombre, que en México era muy querido. Luego de entender un poco la historia de su pasado político que no logró frutos más allá de sus dos años de gobierno, y contrastando puntos de vista, no podría decir que logró la gloria como gobernante, le faltó tiempo. La historia está llena de figuras políticas y sus legados varían desde la aclamación hasta la condena, hoy que estamos a punto de concluir un sexenio, de mutaciones ideológicas, y de iniciar otro que también será histórico, una mujer será electa presidenta de México, vale la pena hacer un recuento de algunas figuras políticas que permanecen en la memoria del mundo.
No siempre los políticos más recordados son los mejores líderes, y viceversa. Esta paradoja puede ser explicada a través de una combinación de factores que incluyen la percepción pública, la narrativa histórica, los medios de comunicación y los logros tangibles frente a las circunstancias, y vale la pena explorar por qué algunos políticos alcanzan una notoriedad duradera, independientemente de su desempeño en el cargo, mientras que otros, a pesar de sus contribuciones significativas, permanecen en gran medida olvidados.
La memoria histórica es un constructo social, influenciado por narrativas dominantes, políticas educativas y los medios de comunicación. Figuras como Winston Churchill y John F. Kennedy son frecuentemente recordadas y glorificadas debido en parte a cómo sus historias han sido contadas. Churchill, por ejemplo, es ampliamente celebrado por su liderazgo durante la Segunda Guerra Mundial. Sin
embargo, sus políticas internas, raciales y opiniones sobre el Imperio Británico y el colonialismo son aspectos menos discutidos que podrían ofrecer una visión más crítica de su legado. Sobre la figura de John F. Kennedy pesa la fallida incursión de Estados Unidos de la Bahía de Cochinos y su debilidad para combatir a la Unión Soviética.
Antes como hoy, los medios de comunicación juegan un papel crucial en la formación de la percepción pública de los políticos. Líderes como Ronald Reagan, a quien recuerdo perfectamente en mi infancia, y sus frases sobre el presente y futuro de Estados Unidos, y Barack Obama son recordados en gran medida debido a su carisma y habilidades para relacionarse con la masa. Soy escéptico en cuanto a la figura de Obama, su carisma, en mi opinión, no le alcanzó para volverse inmortal, será recordado en principio por el color de su piel y la inteligencia atada a ese destino. Reagan transformó la política estadounidense con su habilidad para conectar con el público, y los hacedores de las ilusiones, Hollywood et al, podríamos decir que es su legado universal. Aunque sus políticas económicas y sociales son objeto de debate, no obstante el mandatario pertenece a una época memorable para la generación x, y, nos guste o no, en su mandato se fraguo Donald Trump.
A menudo, los logros tangibles de un político pueden no ser suficientes para asegurar su lugar en la memoria colectiva. Harry S. Truman, por ejemplo, tomó decisiones cruciales que moldearon la segunda mitad del siglo XX, incluyendo el uso de armas nucleares para finalizar la Segunda Guerra Mundial y la ejecución del Plan Marshall. A pesar de estos logros significativos, su popularidad fluctuó y no siempre ha recibido el reconocimiento que su impacto histórico podría justificar, de una u otra forma Dwight D. Eisenhower era una sombra difícil de atenuar.
Siempre he dicho que no existe nada más peligroso que un político fuera de la jugada maestra. Sobre todo para aquellas mujeres y hombres que solo conocen las redes del poder y su ejercicio sin haber formado parte del mundo real, en este caso laboral. Esta percepción, por supuesto, amén de subjetiva, se basa en el discernimiento limitado que tengo del mundo político global en este momento histórico. La pregunta que formulo es: ¿habrá políticos en el orbe que ni siquiera merecen el olvido? No es una pregunta metafísica, reflexionemos.
Hugo Alfredo Hinojosa
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