I. La cultura woke, que pretendió erigirse como la brújula moral de nuestras sociedades, está por enfrentar lo que podría describirse como su noche más larga. La llegada de Donald Trump a la presidencia no es únicamente un fenómeno político, sino una especie de terremoto cultural que promete socavar las bases de un movimiento que, en su afán de redimir el mundo, terminó por desdibujar los matices de la condición humana. Trump, con su oratoria divisiva, su rechazo al consenso y su política beligerante, representa una suerte de espejo deformado: muestra a sus detractores no tanto cómo son, sino cómo los perciben “sus” masas que se cansaron de ser reprendidas. En un mundo donde la moral retorcida se ha transformado en arma, Trump encarna el “contrapeso” del momento que, con brutalidad y cinismo, expone las inconsistencias de una cultura políticamente correcta que llegó a confundir justicia con dogma.

II. La plataforma X (antiguo Twitter) ha mutado de ser un bastión para las causas progresistas a convertirse en el coliseo donde estas mismas ideas son destrozadas. Con la compra por parte de Elon Musk, X se ha convertido en una tierra “controlada por él” de nadie: un espacio donde las reglas de etiqueta han sido reemplazadas por un carnaval de sátira, irreverencia y crítica. Musk, con su propia aversión a lo políticamente correcto, ha permitido que se abran las compuertas de una reacción que llevaba años gestándose en el subsuelo digital. Así pues, en nombre de la inclusión, se censuraron ideas; en nombre del respeto, se silenciaron voces. No hay nada peor en la vida en sí que silenciar a los otros, generar un resentimiento en los demás que no olvidarán ser rechazados o censurados.

III. Lo que antes era percibido como virtud –el cuidado extremo por no ofender, la obsesión por los pronombres correctos, la búsqueda incesante de microagresiones– ahora será visto como una debilidad. Las nuevas voces que surjan, alimentadas por la dialéctica del conflicto, no buscarán evitar ofender, sino que harán de la ofensa un acto político. Esto no es una simple reacción contra el wokeismo; es la transformación de la corrección política en una crítica nihilista a cualquier forma de imposición moral.

IV. La narrativa woke siempre se apoyó en una visión del mundo binaria: opresores y oprimidos, aliados y enemigos. Pero en un escenario dominado por el caos político y la fragmentación digital, esta simplificación se torna insostenible. Lo que emerge no es un regreso a valores conservadores, sino una cultura crítica a ultranza que rechaza cualquier tipo de autoridad moral sea progresista o tradicional. En este nuevo paradigma, la verdad será menos relevante que el acto de cuestionar. Las causas serán despojadas de su solemnidad, y las contradicciones del wokeismo serán expuestas con un nivel de escrutinio implacable. El resultado será un espacio donde nadie estará a salvo del juicio público, pero también donde ninguna idea será sagrada.

V. En última instancia, el ocaso del wokeismo y el auge de esta nueva cultura crítica revelan una verdad incómoda: las sociedades modernas están cada vez menos interesadas en el consenso y más fascinadas por el conflicto.

VI. Lo políticamente correcto, con su promesa de un lenguaje armonioso y una convivencia más humana, se enfrentará al desafío más grande de su existencia: demostrar su relevancia en un mundo que ya no busca redención, sino catarsis.

VII. El problema fundamental de la cultura woke radica en su incapacidad para adaptarse al entorno digital que ella misma ayudó a moldear. Durante años, su ascenso se vio alimentado por las dinámicas de redes sociales que premiaban la indignación y el señalamiento moral como formas de interacción. Sin embargo, estas mismas herramientas han evolucionado hacia un espacio donde el discurso moralizante ha perdido su atractivo. En X, la burla y la irreverencia son moneda corriente, y cualquier intento de imponer una narrativa unívoca choca contra una audiencia que ha aprendido a desconfiar de todo, incluidas las causas que antes abrazaba.

VIII. Musk entendió que el valor de las redes sociales radica en su capacidad para dar voz al conflicto, no para suprimirlo. Al desregular los mecanismos que limitaban ciertos discursos, convirtió a X en un espacio donde la libertad de expresión a ultranza se reivindica.

IX. El cambio más significativo que se avecina es la transformación del discurso público en su totalidad. Las reglas que durante años definieron el debate –respeto, moderación, inclusión– están siendo reemplazadas por una lógica darwinista donde las ideas compiten en igualdad de condiciones, sin importar cuán ofensivas o disruptivas puedan ser. Este ambiente fomenta un tipo de diálogo que no busca consenso, sino dominación; no busca construir, sino destruir las bases de cualquier autoridad moral.

X. Pero lo que está claro es que el terreno ha cambiado, y cualquier intento de imponer una narrativa moral en este nuevo paisaje digital se enfrentará a una resistencia feroz. X ha demostrado que la gente ya no busca ser adoctrinada; busca ser desafiada, provocada, incluso incomodada.

XI. ¿Y cuánto tiempo pasará antes de que lo políticamente incorrecto se torne hartazgo y regresemos rechazar todo acto de agresión?

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