Tener auto hoy en día significa peligro, significa dolores de cabeza, significa estafas y hasta arriesgar la vida. Todos los días las historias se repiten con trámites que sólo buscan sacar dinero, policías corruptos, montachoques, asaltos en carreteras amparados por autoridades, calles en mal estado con baches mortales.

Muchos han hecho la cuenta y les sale más barato y seguro pagar Uber y Didi los 30 días del mes, antes que desembolsar en gasolina y todo tipo de desplumes hormiga, así como otros de gran cinismo como la tenencia anual que era para los Juegos Olímpicos de 1968 y se hizo perdurar para seguir robando a la ciudadanía.

Pero la necedad por tener auto siempre ha perdurado. Desde antaño, sólo era cuestión de buscar en el periódico, en los pizarrones de anuncios que solían instalar las peluquerías o entre los vecinos de la cuadra, para encontrar algún automóvil de buen ver y que a ojo de buen cubero tuviera un motor que no sonara como matraca.

Aunque en los años cuarenta el negocio de los carritos usados se había iniciado con buenos dividendos, sería hasta mediados de los cincuenta cuando la maquinaria para lucrar con los motores de segunda mano alcanzaría el grado de transa y sofisticación que aún hoy se mantiene como estándar.

Si había que hacer un trato entre particulares no había mayor problema, a lo mucho hacerse acompañar por el compadre mecánico y patear las llantas para verificar que la carcacha no se desarmara.

Pero pobres de aquellos que caían en las garras de alguna de las mafias de vendedores y compradores que se anunciaban en los clasificados y ofrecían “pagar por su auto mejor que nadie”, o bien, “dar el precio más bajo del mercado”.

Un despacho ubicado en la calle de Motolinia sería uno de los primeros en incursionar en el negocio de ofrecer a las familias necesitadas un precio de risa por su automóvil, para después revenderlo al triple bajo la modalidad de las famosas letras.

-A ver creo que no entendí... ¿si cubro el enganche ya sólo tengo que pagar cincuenta abonitos de 150 pesos?

-Exacto jovenazo, mire nomás que vestiduras, que bonita línea, que cajuelota guajolotera, con este lanchón las chamaconas se lo van a pelear, no sea tarugo ¡firme!

Y para cuando pasaba la emoción del estreno y el susodicho tenía que apretarse el cinturón para cubrir las mensualidades, finalmente al maje se le ocurría sacar con lápiz y papel el saldo total de su deuda, sólo para descubrir que iba a terminar pagando lo mismo por un usado que por un coche nuevo comprado al contado... y lo peor, cuando terminara de cubrir el paquetón su armatoste estaría devaluado por debajo del 50%.

En 1957 un artículo publicado en este mismo diario denunciaba los abusos de algunos negocios de compra-venta de autos, los cuales ofrecían hasta 60 por ciento menos del valor del vehículo y lo revendían con ganancias del 300 por ciento. En algunos casos se les daba a las unidades la famosa “relojeada” que consistía en ajustar superficialmente el motor, bajar el kilometraje y ocultar desperfectos en la carrocería con martillo y pintura corriente.

-Como que suena rarito ¿no? ¿De verdad está buena la máquina?

-De primera mi estimado, es nada menos que una Barracuda Special, de esas que les ponían los alemanes a sus aviones. Lo único que le falta a este maquinón es un ingenuo... perdón un genio del volante como usted.

Ya desde entonces, la modalidad de dar a cuenta el coche familiar por otro modelo más reciente era también terreno fértil para los abusos. Un columnista dio a conocer algunos párrafos de los famosos manuales de operaciones para vendedores de seminuevos que ya desde entonces circulaban por los distintos lotes y agencias. Es de destacar una de las principales frases de adiestramiento: “Nunca ceda ante ofertas menores, el negocio de los autos se basa en evitar el regateo; recuerde, usted tiene una posición de poder ante el cliente”.

Y siguiendo fielmente el manual, muchos de estos changos basaban cada trato en degradar el coche que era candidato a ser cambiado, buscando detalles ínfimos para bajar su valor, y enalteciendo por otra parte el auto nuevo, casi digno de transportar a Dios padre cuando bajara a salvar a los justos.

Años después el negocio de los seminuevos adquiriría mayor sofisticación Muchos mafiosos dueños de lotes abrirían oficinas de préstamos que pedían vehículos en garantía; esto no era (y sigue siendo) más que una trampa para captar ingenuos que prácticamente eran asaltados con contratos leoninos e intereses impagables.

Desde hace dos años hemos recibido decenas de correos de lectores que nos narran sus amargas experiencias con algunos de estos centros de estafa que operan impunemente sin la intervención de las autoridades.

Algunos lectores han sufrido emergencias a causa de la salud de algún familiar y se han visto obligados a dejar en prenda vehículos en buen estado por préstamos que no cubren ni el 25 por ciento de su valor. Lo peor es que los intereses por pagar tienen una taza de hasta 40 por ciento y en caso de atraso se suma una penalización a la deuda total.

En pocas palabras, las lagunas legales que por ignorancia o dolo han dejado los funcionarios han hecho del agio-automotriz el negocio más lucrativo desde la invención de la tenencia, el reemplacamiento, la verificación, la licencia, las casetas de cobro, el cambio de propietario, eso sin contar otros males anexos como los montachoques amparados por autoridades, porque curiosamente las cámaras del C5 en la CDMX nunca siguen a estos delincuentes hasta sus escondites, sólo si asaltan la sección de relojería de Liverpool.

Tener auto hoy en día en México es entrar en una zona de peligro, estafa y frustración ¿hasta cuando algún funcionario valiente se atreverá a cambiar las cosas?

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