Cada fin de semana era lo mismo. Las vestimentas ligeras hacían su aparición, lo mismo que el deseo por buscar emociones fuertes.

A mediados de los años 30, las familias que habitaban las colonias cercanas al Paseo de la Reforma, esperaban en caravana al tranvía, cuya parada especial los sábados y domingos era la Feria de Reforma; ¡El paraíso de las vueltas y los mareos! ¡de la música de organillo y los boleteros merolicos!

Aprovechando uno de los grandes terrenos vacíos que en esa época flanqueaban dicha avenida; “La Feria”, como comúnmente era conocida, se instalaba semanas antes de comenzar la primavera y permanecía repleta de gente hasta finalizar el verano.

Funcionaba ahí una montaña rusa de dimensiones modestas, pero que, sin embargo, con sus subidas y bajadas a la mexicana, hacía gritar por igual a las muchachas de recatados vestidos, que a esos jóvenes caballeros que, sin perder el estilo, se sobreponían estoicamente apretando las mandíbulas.

Existían diversiones para todos los gustos. Los más pequeños hacían fila casi de inmediato para entrar al Carrusel, famoso como la mejor cura del insomnio para los aburridos padres.

Para los enamorados existía por supuesto “El avión del amor”, que a manera de péndulo los hacía volar de ida y vuelta, haciendo cada vez más estrecha la cercanía de los paseantes.

No obstante, los de gustos conservadores, preferían la Rueda de la Fortuna. Era común encontrar a algunas parejas tomadas de la mano, dando vueltas en la canastilla metálica, mientras música romántica de moda se escuchaba abajo en la caseta.

La cursilería se explotaba en cierta forma, porque a intervalos se escuchaba en los viejos magnavoces: “El enamorado señor… dedica la siguiente selección musical a su amada de nombre… que en estos momentos se divierte en nuestra segura y cómoda Rueda de la Fortuna”.

Cuando llegaba la tarde y la luz comenzaba a desaparecer, la recién instalada iluminación del paseo de la Reforma, producía cierta magia, en combinación con los cientos de pequeños focos que eran encendidos para hacer más atractivo cada juego.

Las rotaciones del Látigo, el Martillo Loco, los vagones giratorios de las Tazas, producían cientos de tonalidades de hipnotizantes luces en movimiento.

A esas horas, todavía se podía ver llegar a muchas familias y comprar algodón de azúcar; también compitiendo por ganar una alcancía en el juego de los globos y las canicas numeradas.

Algunos niños se entretenían en el Pulpo, construido especialmente para valientes de entre 5 y 12 años. Los padres sentaban a sus hijos en el armatoste como si cumplieran un ritual de revancha contra niños traviesos; luego se retiraban para contemplar con humor sus caras con ojos cerrados y dientes de fuera.

Mientras tanto los magnavoces continuaban lanzando anuncios: ¡No dejen de vivir la emoción del Moon Rocket, hay un lugar reservado para su audacia! ¡La feria de Reforma felicita al niño… quien hoy cumple 8 primaveras!

Llegaba la noche y con ella los espectáculos musicales de banda a la americana, que inspiraban a las parejas en “La carpa del amor”. Cincuenta centavos costaba bailar toda la noche, incluyendo el ponche de cortesía.

Mientras tanto, algunos payasos de nariz, lagrimita y voz de corneta, se esforzaban por sacar de quicio a los ya escasos niños, con sus consabidos ¡¿Cómo están?! ¡No se oye! ¡Más fuerte!

Ya como a eso de las 10 de la noche, la concurrencia comenzaba a retirarse. Sólo algunos enamorados caminaban despacio entre las centelleantes luces de los juegos, mientras los boleteros contaban en confianza las ganancias del día.

Con la llegada de más empresas inmobiliarias, el terreno de Reforma se cotizó a precio de oro, y la feria tuvo que buscar otro lugar.

Todavía a principios de los años 70, los herederos de aquellos primeros empresarios, ocuparon un terreno en Niño Perdido, cercano al Cine Teresa. Sin embargo, los últimos estertores de esa tradición continuaron sobreviviendo escasamente en parques y baldíos, despertando el recuerdo de esa pretenciosa e idílica Feria de Reforma, un lugar que sólo las luces del tiempo y la nostalgia pueden traer en ocasiones de regreso.

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