Cada vez suenan más las especulaciones en torno a una posible salida de Marcelo Ebrard de Morena para lanzarse por la libre a la Presidencia.

Sostengo que eso difícilmente ocurrirá, pues tendría poco que ganar y mucho que perder. Además, el Presidente ha conducido la sucesión con tal habilidad que si el excanciller rompiera quedaría como un “ambicioso vulgar”.

No olvidemos que López Obrador le concedió a Marcelo muchas de sus peticiones de cara a este proceso, incluso le permitió poner las reglas. Pidió que los contendientes dejaran sus cargos y se le concedió. Pidió que la encuesta fuera supervisada y se invitaron encuestadoras espejo.

El problema de Ebrard es que él mismo diseñó y aceptó las condiciones del juego; se dispuso a legitimar el proceso, a pesar de que siempre hubo dados cargados, que el aparato de Estado jugó desde un inicio a favor de una de las contendientes.

Además, Marcelo aceptó entrar a una competencia con reglas muy ambiguas y sujetas a amplios márgenes de interpretación. Un proceso regido por una convocatoria informal, apenas delineada en siete laminillas de un Power Point. No hay que perder eso de vista.

Para muestra, una regla establece que entre las encuestadoras espejo no podrán participar aquellas que “en el pasado reciente hayan presentado resultados discordantes o manifiestamente discordantes respecto de los resultados electorales”.

El significado de las palabras “reciente” o “manifiestamente discordante” se prestan a mucha subjetividad, cosa que quedó clara en la agria discusión que el jueves tuvieron tres representantes de las corcholatas con Mario Delgado.

Ahora, a días de comenzar a celebrarse la encuesta, Marcelo sale duramente a cuestionarlo todo. Todo eso que siempre supimos y él mejor que nadie supo desde el comienzo. ¿Es creíble lanzarse así, a decir las netas, cuando ya vas perdiendo?

No deja de llamar la atención la seguridad con la que MEC aseveró en su conferencia de prensa del miércoles tener ventaja sobre Sheinbaum. Incluso que afirmara con certeza absoluta que las encuestas que no lo hacen están “evidentemente pagadas” y son las mismas que “se han venido equivocando recurrentemente”.

¿Y en qué fuentes basa esa afirmación? En una encuesta propia que no nos dice siquiera quién la elaboró.

De forma insólita, una hora después de sus declaraciones Marcelo subió un tuit donde divulgó una encuesta de Rubrum, la cual le da una ventaja de más de siete puntos sobre Sheinbaum, según él muestra irrefutable de que va ganando.

Vale la pena mencionar que a esa encuestadora desconocida no figura en el padrón del INE ni entregó su base de datos como lo exige el organismo. Incluso que el ejercicio estadístico en cuestión resultó de una encuesta telefónica.

La argumentación del excanciller hace agua cuando vemos que Rubrum dio por ganador a Ricardo Mejía en la interna morenista de Coahuila, con casi siete puntos sobre Guadiana, al igual que a Enrique Vargas frente a Alejandra del Moral, al medir a los favoritos para encabezar la Alianza en Edomex.

Ebrard ha hecho una serie de señalamientos duros sobre el piso disparejo en esta contienda, varios de los cuales son atendibles. Sin embargo, llegan tarde.

La triste realidad del buen Marcelo es que él mismo aceptó jugar en estas condiciones y con esas reglas, y así consintió legitimar un proceso cuestionable desde su origen.

En un contexto así, no es difícil que sus palabras dejen de leerse como un acto de chantaje y desesperación.

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