El pasado 19 de junio, en la majestuosa Nueva Escena del Teatro Mariinski, se estrenó Mandrágora, la primera ópera mística creada con inteligencia artificial a nivel mundial. Esta propuesta, presentada durante el Foro Económico Internacional de San Petersburgo y el Festival Estrellas de las noches blancas, plantea una audaz reflexión sobre cómo las tecnologías emergentes pueden coexistir con la tradición artística.
Desde la génesis del proyecto, Sberbank destacó que la obra “marca una nueva etapa en la síntesis de arte y las tecnologías”. El punto de partida fue una idea enraizada en el universo de Tchaikovski y Serguéi Rachinski, retomada por el compositor Piotr Dranga y enriquecida por redes neuronales desarrolladas por Sberbank. Así, GigaChat redactó el libreto, SymFormer perfeccionó los arreglos musicales, y Kandinsky diseñó los elementos visuales y escenográficos. Aun siendo la IA la protagonista técnica de la obra, todo el proceso estuvo bajo la supervisión de profesionales del teatro, respetando el estilo clásico de época.
El acto de estrenar una ópera con contenido reforzado por IA en un templo como el Mariinski no solo resulta un hito tecnológico, sino también simbólico. El estreno coincidió con el 185.º aniversario del nacimiento de Tchaikovski, un recordatorio de que la innovación no siempre borra el legado sino que, bien canalizada, lo amplifica. Como subrayó Herman Gref, director de Sberbank: “la IA ahorra una gran cantidad de tiempo”, especialmente en tareas minuciosas como los arreglos orquestales que suelen absorber años de trabajo de un compositor. De ese modo, el creador puede volver a centrarse en lo que define al arte: plasmar el alma humana.
La implicación del maestro Valery Gergiev, figura emblemática en el mundo de la ópera y el ballet, subraya la voluntad de sumar el saber hacer tradicional a esta nueva forma de creación. Según Gergiev, “hacer un espectáculo donde no solo haya talento humano, sino también inteligencia artificial” representa un desafío crucial: integrar la última tecnología sin diluir la dimensión humana del arte.
Detrás del escenario trabajaron 170 artistas: la orquesta sinfónica, coros y solistas como Vasily Ladyuk y Alina Chertash, quienes aportaron su solvencia y bagaje interpretativo para dar vida a esta ópera híbrida. El resultado no es una creación fría o maquinal, sino un diálogo intenso entre la intuición humana y la eficiencia computacional.
Este suceso pone sobre la mesa una pregunta clave: ¿puede la inteligencia artificial convertirse en una coautora de obras culturales sin deshumanizar el arte? Mandrágora parece responder con un sí rotundo. No se trata de sustituir al creador, sino de potenciarlo. En una era en la que la velocidad de producción y el acceso masivo a contenidos presionan al sector creativo, disponer de herramientas capaces de automatizar tareas repetitivas puede liberar tiempo para pensar, innovar y emocionar.
Mandrágora no solo reabre la caja de Pandora de la IA en las artes escénicas, sino que electrifica el escenario global. Es la confesión de una verdad tan antigua como la música misma: el arte depende del hombre, pero también del momento histórico que lo forja. Y hoy, ese momento se llama inteligencia artificial.
En ese cruce entre memoria musical y algoritmos, se gesta una pregunta que trasciende a Mandrágora: si la IA puede acompañar al artista en el taller, ¿dónde ponemos el límite del arte genuinamente humano? Quizá la respuesta resida, simplemente, en que aún estamos componiendo la partitura de ese futuro incierto. herles@escueladeescritoresdemexico.com