La música siempre ha sido indicador de una época: ritmos que narran revoluciones, armonías que esconden conflictos sociales, letras que relatan plegarias o descaros. Hoy, el latido musical español parece acelerarse: no por un nuevo sonido, sino por una disrupción tecnológica mayúscula. Un informe reciente de la SGAE, en colaboración con Know Media y la Universidad Carlos III, anticipa que la Inteligencia Artificial (IA) podría recortar hasta un 28 % los ingresos por derechos de autor en el sector musical de España para 2028, con pérdidas que rondarían los 100 millones de euros solo ese año, y entre 160 y 180 millones acumulados entre 2025 y 2028.

Ese anuncio sacude las certezas de quienes han construido su vida alrededor del pentagrama: compositores, letristas, productores, intérpretes. Porque la amenaza no es solo económica, sino también simbólica: ¿qué significa crear música cuando una máquina puede emular tu estilo, componer melodías parecidas, ajustar mezclas casi perfectas sin manos humanas? El estudio encuesta a más de mil autores de diversos estilos en España y revela que un 34 % ya está usando herramientas de IA, y otro 17 % contempla hacerlo pronto.

La inquietud es doble. Por un lado, el miedo legítimo de ser desplazado: si la IA se convierte en norma, no en excepción, los creadores pequeños o medianos podrían quedar sistemáticamente fuera del mercado, barridos por los algoritmos que prometen productividad y costes bajos. El informe cita que el 36 % de los autores sienten que podrían perder espacio si no abrazan la IA como apoyo, y un 26 % temen la sustitución progresiva de la creatividad humana.

Por otro lado está la paradoja: herramientas de IA que pueden liberar al artista de tareas técnicas tediosas —producción, mezcla, mastering, edición— pero que también erosionan aquello que define al creador: originalidad, autoría, emoción imperfecta. Ya se usan ChatGPT para letras, Suno o Bandlab para componer música, LANDR o Neutron para automatización sonora; también DALL·E, Spotify AI y otros editores para promoción visual.

¿Y la ley? Esa es quizá la grieta más importante. El colectivo autoral exige una regulación clara que proteja la creación humana, que distinga lo que ha sido hecho con ayuda tecnológica de lo que es completamente “fabricado” por máquinas, que garantice espacios inviolables para la creatividad humana. Un marco legislativo protector, dicen, que sea eficaz frente a los efectos disruptivos de la automatización.

Porque no se trata solo de pérdidas financieras: está en juego cómo valoramos lo auténtico, la imperfección, el error que puede transformarse en belleza. Está en juego lo que se piensa como humano en la música. En tiempos donde la producción puede encargarse a algoritmos, la pregunta ética esencial es: ¿qué valor tiene lo que no lleva huella humana?

El cierre no puede ser pesimista: hay margen para respuestas creativas y colectivas. La ley de propiedad intelectual en España ya reconoce los derechos morales y patrimoniales, la autoría humana, la originalidad. Pero los tiempos exigen actualizar esos marcos legales, fortalecer las entidades de gestión colectiva, transparentar los usos de IA, tal vez coexistir con tecnologías nuevas sin dejar que éstas borren del mapa al creador.

herles@escueladeescritoresdemexico.com

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