De Carmen Jaime, a quien los Contemporáneos llamaban juguetonamente Carmen James, el escritor Baltasar Dromundo dejó un retrato triste y fascinante. Carmen era, con Frida Kahlo, la única mujer integrante del grupo de alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria conocido como Los Cachuchas a causa de las gorras que empleaban para distinguirse.
Hacía muy poco tiempo que la vieja preparatoria, situada en el añoso ex Colegio de San Ildefonso, había comenzado a admitir mujeres. En los corredores y bajo las columnas eran vistas como una absoluta novedad.
Los Cachuchas, liderados por Alejandro Gómez Arias, y del que formaba parte el poeta Agustín Lira, era un grupo que se volvería célebre por sus aventuras subidas de tono: colocaban, por ejemplo, bombas y cohetones en sitios estratégicos de la preparatoria, bajo el influjo del anarquismo y de la literatura rusa, y como muestra de inconformidad ante lo que ellos consideraban arcaicos modelos educativos. No buscaban dañar: solo escandalizar, pero Antonio Caso, Lombardo Toledano y hasta José Vasconcelos los alucinaban.
Carmen Jaime hablaba con “progresiva lentitud”, como si se le fuera oscureciendo, dice Dromundo, la inteligencia. Pero tenía el don de la ironía y del sarcasmo punzante, y se había inventado un modo particular de hablar que la volvía adorable: leía, de ser necesario, “sin proceder al duerme” y a la hora de los exámenes anunciaba: voy al exámine.
Estaba loca por la filosofía. Acostumbraba caminar “en una actitud semidesvanecida”, pegada a los muros de manera “casi surrealista”, y vestía con absoluta falta de feminidad, vestidos sueltos como los de las flappers de entonces. Para colmo se había cortado el cabello, “corto, corto”.
Dromundo afirma que había en ella un gran drama oculto, que el escritor en sus memorias sobre San Ildefonso no se atrevió a contar, pero del que han quedado huellas en otros sitios.
Hace un siglo los cañones de la Revolución habían callado, pero se estaba dando en la prensa un debate violento e igualmente atronador. Entre 1924 y 1925, los diarios y los caricaturistas publicaban un día sí y otro también noticias sobre el escándalo que estaban desatando “las pelonas”: las mujeres que como Carmen Jaime se habían cortado las trenzas y tirado a la basura los apretados corsés del porfiriato, para vestir ropas sueltas, al estilo de las grandes divas del cine mudo: Theda Bara y Clara Bow.
Salvador Novo diría después que, en aquellos años, el corte “a la garçón” o “el rapado a la Boston” eran vistos como un atentado al pelo largo heredado por La Malinche: una vulgar costumbre extranjerizante, que socavaba un ambiente permeado tanto por el machismo como por la sagrada construcción del nacionalismo.
En su extraordinario estudio “La guerra contra ‘Las Pelonas’”, Anne Rubenstein recoge un verso que parodiaba la antigua canción revolucionaria: “Se acabaron las pelonas / Se acabó la diversión / La que quiera ser pelona / Pagará contribución”. En efecto, muchas de ellas la pagaron.
Aquellas jóvenes de los años 20 luchaban por dejar atrás los moldes tradicionales. Manejaban, fumaban, iban solas al cine, e incluso hacían deporte. La revista La Dama Católica postulaba que no había mejor deporte para las mujeres que barrer, trapear y lavar la ropa. Se advertía que las flappers perderían atractivo para los hombres. Un grupo de alumnos defensores de las buenas costumbres formó el Comité Pro-Trenza.
Muy pronto, la violencia llegó al viejo barrio estudiantil. Una noche, algunas jóvenes estudiantes fueron privadas de la libertad por turbas rabiosas que las mojaron, las insultaron y las raparon. En julio de 1924, estudiantes de la Preparatoria y de la cercana Escuela de Medicina metieron al viejo edificio de la Inquisición a dos alumnas de San Ildefonso, las arrastraron hasta las regaderas y entre todos las raparon. Fuera de la escuela se armó un tumulto: el barrio se dividió en bandos. Estuvo a punto de ocurrir una tragedia, pero llegó la policía. El escándalo subió a la primera plana de los diarios: “Serán expulsados definitivamente los estudiantes que atentaron ayer contra 2 sritas. de pelo corto”.
Cadetes del Colegio Militar formaron brigadas para escoltar y proteger a “las pelonas” del barrio estudiantil. Una de esas tardes estuvo a punto de llevarse a cabo un duelo a muerte entre un cadete y un integrante del Comité Pro-Trenza. A los periódicos llegaban cartas que, en supuesta defensa de la moralidad pública, exigían “¡Muerte a las Pelonas!” y pedían que no fuera mancillada cierta frase de Schopenhauer. EL UNIVERSAL Gráfico realizó una encuesta entre sus lectores: “¿Qué opina Ud. de las Pelonas?”.
Existe la versión de que Carmen Jaime fue una de las víctimas del siniestro Comité Pro-Trenza. Que lo que le ocurrió en una de esas noches de locura desatada en las inmediaciones de la Escuela de Medicina no llegó nunca a las páginas de los diarios. Que ese fue el drama oculto al que se refería Dromundo.
Queda el consuelo de decir que, finalmente, Las Pelonas triunfaron: en un país que sigue siendo atroz, fueron ellas quienes encarnaron la modernidad del nuevo siglo.