Siete años después encontré a Juan Carlos en un café de Tepoztlán. Su padre había desaparecido en marzo de 2017 en la calle Galeana de ese pueblo mágico. Relaté su caso en este espacio y no volví a saber de él.

El coche de su padre, el maestro Albino Quiroz, apareció estacionado en esa calle, frente a las oficinas de un abogado, exdirector de asuntos internos de la policía de Tepoztlán: Juan Carlos Reyes Lara. Cuando un policía de investigación llegó al despacho de este a hacer preguntas, el abogado dijo que no conocía al maestro, y que no había visto a nadie estacionar el auto porque ese día no había estado en su oficina.

Juan Carlos encontró poco después entre los papeles de su padre unos pagarés. Probaban que le había prestado a Reyes Lara 27 mil pesos. Según la esposa del maestro, el abogado los había visitado en su casa argumentando que su hija estaba muy enferma en un hospital. El maestro Quiroz accedió a hacerle un préstamo.

En los días en que ocurrió la desaparición, la familia del maestro tapizó Tepoztlán con volantes de búsqueda. Antes de una semana un testigo buscó a los familiares para decirles que había visto la manera en que el maestro era agredido hasta perder la conciencia en el despacho del abogado. El testigo reportó a una patrulla lo sucedido, pero nadie hizo nada.

Juan Carlos logró que la fiscalía de Morelos expidiera una orden de cateo. La oficina del abogado había sido limpiada con cloro, pero en la pata de una mesa apareció una pequeña salpicadura de sangre.

La tarde de los hechos el Toyota rojo del abogado fue visto por un testigo circulando rumbo a Cuautla. De acuerdo con las cámaras del arco de seguridad de Jantetelco, un auto color arena lo iba acompañando. Ambos vehículos regresaron a Tepoztlán hacia las siete de la noche.

Reyes Lara negó los cargos, pero fue aprehendido por privación ilegal de la libertad. La primera vez que hablé con Juan Carlos existía la posibilidad de que lo liberaran. En Tepoztlán, por miedo y desconfianza, ninguno de quienes habían sido sus víctimas atrevía a declarar: una maestra que no quiso presentarse ante la fiscalía relató que el abogado solía pedir pequeñas cantidades a adultos mayores, siempre con el mismo pretexto: una hija enferma en el hospital. A esa maestra, el abogado la amenazó de muerte cuando quiso cobrarle. Llevaba años defraudando con el mismo cuento.

La esposa del maestro publicó un video en que pidió ayuda: “¿A dónde quedó, a dónde están sus manos, dónde está su cuerpo…?”.

Durante el proceso Reyes Lara presentó un testigo que declaró que el día de los hechos él estaba en su casa, con su familia. Pero los rastros de sangre, una credencial de elector, dos tarjetas de crédito, así como la declaración de la persona que presenció la agresión y accedió a convertirse en testigo protegido, lo hundieron. En 2019 fue condenado a 50 años.

Para la familia Quiroz, aquello no fue un triunfo: seguían sin saber dónde estaba el cuerpo del maestro.

Juan Carlos y yo nos sentamos a la sombra en un jardín frente al Tepozteco. Pedimos café y agua mineral. “Finalmente encontré a mi padre”, me dijo. Al observar una suerte de alivio en mi reacción, precisó: “Es decir, finalmente encontré sus restos”.

Fue durante los meses de la pandemia, encerrado y obsesionado con el caso, cuando Juan Carlos extendió en una mesa todas las fojas del abultado expediente. La verdad estaba ahí gracias al trabajo de una perito: Alejandra Marbán. Solo que Perla Hernández, la ministerio público que llevó el caso, pasó por alto el peritaje: ni siquiera activó el protocolo de búsqueda de personas desaparecidas.

De acuerdo con el testigo protegido, la agresión había ocurrido hacia las 2:30. Diez minutos después, según el seguimiento de las llamadas telefónicas, Reyes Lara se comunicó con su suegro. Una cámara cercana registró la llegada de este a la oficina a las 15:00. Reyes Lara se comunicó también de manera insistente, mediante llamadas y mensajes de texto, con su esposa. Relata Juan Carlos:

“A partir de ese momento, según la antena más cercana a la oficina, comenzaron a moverse. Es la hora en que un testigo los vio saliendo de Tepoztlán. Se fueron siguiendo en dos coches, el suegro abriendo paso rumbo a Atlixco, y mandándose mensajes de texto. San Mateo Ozcolco, ya en las faldas del volcán, fue el último sitio en donde la última antena registró la actividad de los números telefónicos”.

Regresaron 15 minutos después. A las 7:45 de ese día ya estaban de vuelta en Tepoztlán.

Juan Carlos tenía al menos un radio de búsqueda. La familia fue a explorar. Halló una barranca pronunciada antes de la entrada del pueblo.

Con esa información logró entrevistarse con el entonces fiscal Uriel Carmona. Carmona nombró un nuevo ministerio público y ordenó reabrir el caso. En abril de 2021, Alejandro “N” y su hija María del Carmen Nayeli —suegro y esposa de Reyes—, fueron aprehendidos.

Faltaban todavía dos años para que se decidieran a hablar. Pero ambos estaban arrinconados, debido a que habían incurrido en falsedad de declaraciones.

En octubre de 2022, Alejandro “N” señaló el sitio en que el cuerpo del maestro fue arrojado. “En la primera búsqueda apareció un hueso de mi padre, algo de la ropa que llevaba, retazos de la cobija en la que lo enredaron… Buscamos polvo en el polvo… solo hallamos siete fragmentos, que dieron positivo en enero de 2023”, relata Juan Carlos.

Me dice después de una pausa: “Seis años después, todo se resolvió porque hubo alguien que hizo bien su trabajo. Nosotros no abandonamos nunca la búsqueda de mi padre, pero sin aquella perito no lo habríamos encontrado jamás”.

“Polvo en el polvo”, me digo. Alzamos nuestras tazas, brindando por Marbán y por todos aquellos que en un país de horror no bajan la guardia.

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