Se le perfiló como nuevo fiscal de justicia de Tamaulipas por medio de una lista en la que figuraban 39 candidatos. Desde que esa lista se dio a conocer, se sabía, sin embargo, que era el hombre fuerte de Morena, del Poder Judicial del estado y del gobernador Américo Villarreal, para quedarse con el cargo.
Su nombre: Eduardo Govea Orozco. Américo Villarreal eligió la terna en la que Govea figuraba como candidato y la remitió al Congreso del estado. El candidato a fiscal arrasó con 27 votos.
Llevaba un año como titular de la Fiscalía Especializada en Combate a la Corrupción y encabezaba la ofensiva del gobierno de Villarreal en contra de su antecesor, Francisco Javier García Cabeza de Vaca.
En la trayectoria difundida por el gobierno de Tamaulipas se excluyeron de manera deliberada las sombras que el próximo fiscal —tomará protesta la próxima semana— viene arrastrando desde hace años. Su nombramiento fue avalado casi a escondidas.
En el informe de labores que la Procuraduría General de la República presentó en agosto de 2002 se delinearon algunas de las acciones que la institución, a cargo entonces de Rafael Macedo de la Concha, había emprendido en contra de la organización de Osiel Cárdenas Guillén, el líder del Cártel del Golfo, CDG.
En uno de los párrafos del apartado que se dedicó al combate a este grupo criminal se señala que el 14 de febrero de ese año a Jesús Eduardo Govea Orozco, así como a uno de los sobrinos de Gilberto García Mena, El June, entre otros personajes que la PGR relacionó con el CDG, se les había dictado auto de formal prisión por violaciones a la Ley Federal contra la Delincuencia Organizada, por delitos contra la salud y contra la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos.
Según la información publicada entonces, el próximo fiscal de Tamaulipas fue enviado al penal conocido como La Palma, en Almoloya de Juárez.
La historia había empezado en septiembre de 2001, la noche en que personal naval militar de Matamoros detuvo en Playa Bagdad al narcotraficante Rogelio González Pizaña, conocido como El Kelín o el Z-2: la mano derecha del fundador de los Zetas, Arturo Guzmán Decena, el Z-1.
Al Kelín se atribuye el hecho de que el ejido de La Bartolina se haya convertido en el monstruoso cementerio clandestino que llegó a ser después. Era el operador de la organización en Matamoros y Reynosa y se hallaba incluso por encima del siniestro Heriberto Lazcano, El Lazca, quien llegó ser líder máximo de Los Zetas: el grupo formado por exmilitares de élite que en aquellos años, antes de romper con el Cártel del Golfo, integraban el círculo de seguridad de Osiel Cárdenas Guillén.
La noche de su captura, con 43 mil dólares encima y una credencial que lo acreditaba como elemento de la Policía Federal Preventiva, El Kelín fue llevado a la delegación de la PGR en Matamoros. De ahí lo sacaron con la cara cubierta con una camiseta para entregarlo en la ciudad de México a la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada, UEDO.
Cinco meses más tarde se descubrió que el hombre que había salido de Matamoros con la cara cubierta no era El Kelín. Lo habían cambiado por otra persona: un sujeto llamado Rolando González Garza, conocido como El Quilín: habían dejado ir al jefe de los asesinos del CDG.
Enviados de este grupo dejaron en un escritorio de la delegación de la PGR una bolsa de basura de tamaño extragrande, repleta de dinero. De ese modo compraron la libertad de su jefe.
El dinero se repartió entre ministerios públicos, policías federales y al menos un comandante. El escándalo reventó en los medios, llegó a Los Pinos y desató un operativo descomunal que culminó con la aprehensión de decenas de funcionarios, entre ellos, agentes del ministerio público federal y del estado de Tamaulipas.
Entre esos detenidos, a quienes según el informe de la PGR se les dictó incluso auto de formal prisión, se encontraba el próximo fiscal del estado, ministerio público, entonces, del fuero común. Algunos de los implicados fueron condenados a siete años por el delito de evasión de reos, entre otros. Al hombre que se prestó a remplazar al Kelín le dieron nueve años.
No se ha aclarado aún cómo salió Govea Orozco de aquel embrollo. Lo cierto es que a todo lo largo de la administración del priista Eugenio Hernández (2005-2010), en unos años en los que Los Zetas y el Cártel del Golfo se adueñaron por completo del estado por medio del terror y la compra absoluta de lealtades mediante la corrupción de los funcionarios, Govea Orozco tuvo un alto cargo en la procuraduría estatal, como subdirector de Averiguaciones Previas.
Fue una época, recuerdan los entendidos, en la que solo lograron sobrevivir “quienes hicieron alianzas”.
Al Kelín lo capturaron nuevamente en 2004. Para entonces, tras el abatimiento de Arturo Guzmán Decena, se había convertido en jefe de los Zetas. Fue liberado diez años más tarde, cuando el Cártel del Golfo se había fracturado y sus facciones se enfrentaban en una guerra a muerte que todavía hoy sigue sacudiendo Tamaulipas.
Según una versión, El Kelín intentó recuperar el control de Matamoros. Una noche lo secuestraron a él y a su familia. Hasta la fecha, su cuerpo no ha aparecido. Podría estar en el cementerio clandestino que él inauguró.
Su sombra ha regresado a través de las historias que, a propósito del cambio en la fiscalía, se cuentan hoy en Tamaulipas.
La paradoja es que, después de nueve años en el cargo, el fiscal Irving Barrios no se va rodeado de escándalos. De modo muy distinto, y casi a escondidas, parece llegar el fiscal Govea.

