El feminicida de Iztacalco actuó durante más de una década con absoluta impunidad. La fiscalía capitalina lo señaló el año pasado como responsable del asesinato de siete mujeres: con un rastro de sangre trágico que había dejado desde 2012 a sus dos primeras víctimas.

Desde 2018 se le vinculó con la desaparición de una de sus compañeras del laboratorio en que trabajaba: informes sobre su relación con la víctima, así como sus datos completos, teléfono celular incluido, obraban en la carpeta correspondiente.

Pero nadie lo molestó.

El 16 de abril de 2024, Miguel Cortés atacó y asesinó a una adolescente de 17 años e intentó matar a la madre de esta, vecinas en el mismo edificio. Se le detuvo cuando intentaba escapar. En su domicilio, la policía halló osamentas, instrumentos para cortar, teléfonos celulares e identificaciones de otras mujeres… presuntos indicios de antiguos feminicidios.

El rastro de Cortés estaba en manos de la fiscalía capitalina, pero nadie se interesó en seguirlo.

El domingo pasado, a un año de su detención, la Secretaría de Seguridad Ciudadana informó que El feminicida de Iztacalco se había desplomado en su celda del Reclusorio Oriente, a consecuencia de un paro cardiorrespiratorio que le hizo llegar al hospital sin signos vitales.

Dos días antes se había comunicado desde un teléfono de la cárcel con la familiar de una de sus víctimas, para burlarse de ella. Faltaba un día para que fuera conducido a la audiencia en la que sería vinculado a proceso por el asesinato de otras dos mujeres.

Su caso ilustra con despiadada claridad el problema de los feminicidios y la desaparición de mujeres en México, la repetida omisión de las autoridades —que cuando no dan por resuelto el tema a golpe de “mañaneras” se dedican a ignorarlo, minimizarlo, negarlo, ocultarlo.

La noticia de la misteriosa, sorpresiva muerte del feminicida de Iztacalco se ha encimado a la de las seis mujeres que fueron reportadas como desaparecidas en el municipio de Coacalco, en el Estado de México.

El 11 de abril, familiares, amigos y vecinos de las desaparecidas bloquearon la avenida López Portillo para presionar a la fiscalía del Edomex. Denunciaron que, desde la última semana de marzo y los primeros días de abril, cinco menores, de 14, 15, 16 y 17 años, así como una mujer de 36, habían sido reportadas como desaparecidas sin que avanzaran las investigaciones para dar con su paradero.

Coacalco se halla en lo que se ha dado en llamar “el corredor de las desaparecidas”, que conecta Ecatepec, Coacalco, Tultepec, Cuautitlán y Tultitlán: una zona donde estudiantes y trabajadoras deben hacer viajes de hasta tres horas para arribar a la Ciudad de México y en donde, desde hace varios lustros se reporta un alto número de agresiones, desapariciones y feminicidios.

Aunque días más tarde se determinó que cuatro de las mujeres de Coacalco habían sido localizadas sanas y salvas (tres de ellas se habían ausentado de manera voluntaria, debido a problemas familiares, y una más se reportó desde el hospital al que había ingresado para tratarse una enfermedad), de las otras dos menores sigue sin saberse nada.

El caso vuelve a poner sobre la mesa la realidad de un estado cuyas cifras, un año sí y otro también, suelen colocarlo a la cabeza –en disputa con Jalisco y Tamaulipas— de las entidades con mayor número de personas desaparecidas y no localizadas, y a la cabeza, también, con el mayor número de feminicidios cometidos en el país.

En 2018 apareció ya un Monstruo de Ecatepec, Juan Carlos Hernández Béjar, vinculado al asesinato de unas 20 mujeres cuya desaparición nadie investigó, y que admitió incluso haberse comido a algunas de sus víctimas.

En los profusos canales de aguas negras que cruzan ese corredor aparecen con frecuencia mujeres embolsadas y estranguladas. Las historias de agresiones cometidas contra ellas erizan la piel: aparecen vejadas, abusadas, incineradas, asfixiadas.

El feminicida de Iztacalco destrozó brutalmente vidas y familias, y finalmente se fue impune. En su historia de impunidad, y en su misteriosa y repentina muerte, hay más que una simple coincidencia temporal con lo que está ocurriendo en Coacalco, con lo que está ocurriendo en “el corredor de las desaparecidas”, con lo que sigue ocurriendo en todos los puntos del país.

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