La semana pasada, la presidenta Sheinbaum anunció solemnemente en su “Conferencia del Pueblo” una serie de actividades llamadas “Reivindicando a Malintzin y a todas las mujeres indígenas”. El sistema de radiodifusión del gobierno difundirá “cápsulas” alusivas. El zócalo será escenario de las “Danzas de la Malinche que se han identificado en todo el país”. En la Feria del Libro habrá un espectáculo titulado “¡Qué traidora ni qué la chingada! ¿Quién es Malintzin?”, a cargo de la culta senadora Jesusa. En el Palacio de Bellas Artes habrá un coloquio internacional: “Malintzin: Mujer palabra”.

Se presentó en seguida el perentorio videíto en el que una voz del Pueblo (es decir, de la presidenta) explicó: “Malintzin, Malinche o Marina, es una mujer central de nuestra historia y, a la vez, una figura enigmática y controvertida”. Es cierto: protagoniza uno de los pocos episodios históricos nacionales que ascendieron al rango de lo mitológico. La voz dice luego: “Se ha dicho y escrito mucho sobre ella”. También es cierto: la vasta bibliografía abarca lo mismo estudios académicos que novelas y cuentos populares. Y concluyó la voz: “Fue más que una simple traductora; fue una comunicadora de mundos”. Cierto de nuevo.

Pero lamentablemente —sigue diciendo la voz— “en el siglo XIX, se inventó una leyenda negra de Malintzin, presentándola como traidora”. Y no sólo eso: “En el siglo XX se hizo aún más negativa la visión de Malintzin. En el libro El laberinto de la soledad fue insultada como La Rajada y como La Chingada, y los mexicanos fuimos definidos como hijos de la nada, de la violación y de la traición. Esta es una visión machista y racista de Malintzin, y de todas las mexicanas y mexicanos”.

Así pues, Malinche, que un párrafo antes era “enigmática y controvertida”, superó los enigmas y controversias y, por órdenes superiores, fue reciclada como una víctima insultada por el machismo y el racismo de Octavio Paz que, a diferencia de Malinche, nunca comunicó mundos.

En efecto, en aquel libro, Paz escribió: “El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el ideal de la hombría consiste en no rajarse nunca. Para nosotros, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El rajado es de poco fiar, un traidor (...) y las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su rajada.”

Los asesores espirituales de la presidenta siempre tachan la primera línea del párrafo y esconden que Paz se refiere al lenguaje popular de los hombres, no de las mujeres, y menos aún de las indígenas. Se llama discurso prestado: las opiniones no son de Paz, sino las que refleja “el lenguaje popular” de nuestro Pueblo (que es el más sabio del mundo). Así pues, lo que la presidenta denuncia como la “leyenda negra” de Malinche es, precisamente, la esencia de la crítica de Paz.

Por cierto, un promotor de esa “leyenda negra” es AMLO. En su última mañanera como El Líder Supremo, puso gustoso una canción no de Chico Che, sino de su cantante preferida, Amparo Ochoa, cantando la balada “La maldicion de la Malinche”, que la presenta no como mujer indígena a reivindicar sino como la traidora, pues por su culpa “se nos quedó el maleficio/ de brindar al extranjero/ nuestra fe, nuestra cultura/ nuestro pan, nuestro dinero”.

Pobre Supremo. La presidenta y sus asesores espirituales, si quieren ser congruentes, tendrán que llamar a AMLO clasista, racista y machista...

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