Reapareció la Malinche en la mañanera de ayer, cuando la presidentA dijo que había sido “una mujer esclava” antes de que llegaran los españoles. Yo disiento, pues es imposible que nuestras culturas originarias, que son las mejores del mundo, esclavizaran mujeres o manducaran prójimo.

Recordé que en septiembre la presidentA anunció una serie de eventos titulados “¡Qué traidora ni qué la chingada! ¿Quién es Malintzin?” para reivindicarla. Creo que no ocurrió y que los tales eventos parecen haber quedado en calidad de farmaciotota.

También recordé que entre la literatura que tiene a la Malinche como protagonista se encuentra la muy delirante obra teatral Todos los gatos son pardos que publicó Carlos Fuentes en 1970 y de la que no hablan mucho las malinchólogas.

¿Habría sido una de las obras que iban a ser escenificadas en el zócalo acogedor de multitudes? Sería interesante, en tanto que esa Malinche de Fuentes se rebela lo mismo contra el yugo de Moctezuma que contra el español, aunque fracasa estrepitosamente y sólo logra ser odiada eternamente por traidora y la chingada.

Evoquemos (aunque aviso a los susceptibles que hay palabras tronitosas) un par de monólogos que, a medio siglo de distancia, aún resuenan, sobre todo ahora que los profundos pensadores de la 4T convocan a luchar contra la “blanquitud” y los “hombres barbados de ojos azules”. Veamos por ejemplo, el momento numinoso y terrible en que la pobre Malinche da a luz al primer mexicano:

—“Oh, sal ya, hijo mío, sal, sal, sal entre mis piernas, sal, hijo de la traición, sal, hijo de puta, sal, hijo de la chingada, adorado hijo mío, sal ya. Cae sobre la tierra que ya no es mía ni de tu padre, sino tuya. Sal, hijo de dos sangres enemigas, a recobrar tu tierra maldita. Ve si puedes recuperar tu tierra y tus sueños, hijo mío, blanco y moreno, ve si puedes lavar toda la sangre de las pirámides y de las espadas y de las cruces manchadas. Sal a tu tierra, sal lleno de rencor y miedo, sal lleno de burla y engaño y falsa sumisión. Sal, mi hijo, sal a odiar a tu padre y a insultar a tu madre. Habla quedo, hijo mío, como conviene a un esclavo, ármate de un secreto odio para el día de tu venganza; entonces sal de la entraña de la miserable y opulenta tierra que heredaste como ahora sales de mi vientre. Mata a tu padre con sus propias armas. Mata, mata, mata, hijo de puta, para que no te vuelvan a matar a ti.”

—“Hay demasiados hombres blancos en el mundo y todos quieren lo mismo: la sangre, el trabajo y el culo de los hombres morenos por el sol. Vendrán oleadas de blancos a adueñarse de nuestra tierra y contra todos deberás luchar y tu lucha será triste porque pelearás contra una parte de tu propia sangre. Tu padre nunca te reconocerá, hijito moreno, nunca verá en ti a su vástago sino a tu esclavo; tú tendrás que hacerte reconocer en la orfandad, sin más apoyo que las manos de espina de tu chingada madre…”

—“Algún día, hijo mío, tu espera será recompensada y el dios del bien y la felicidad reaparecerá detrás de una iglesia o de una pirámide, pero sólo reaparecerá si desde ahora te preparas a para reencarnarlo tú, tú mismo, mi hijito de la chingada; tú deberás ser la serpiente emplumada, la tierra con alas, el ave de barro, el cabrón y encabronado hijo de México y España; tú eres mi única herencia, la herencia de Malintzin, la diosa, de Marina, la puta, de Malinche, la madre…”

El último detalle curioso es que al final de la obra, mientras los hijos de la Malinche esperamos convertirnos en Quetzalcóatl, entra a escena Moctezuma con ropa moderna y la banda presidencial en el pecho. Otra razón para escenificarla en el zócalo…

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