La ética hace posible la existencia, aseveraba Oscar Wilde. Si uno mirara hasta el fondo del sótano es probable que se percatara de que toda la casa parece sostenerse en la ética; y encima de ella se encuentran los muebles, los pisos, los perros y las personas (aquellas que poseen la capacidad para definir conscientemente lo que es malo o bueno). El lenguaje moral es una de las invenciones más destacables de la raza humana, según escribió R.M. Hare (filósofo británico fallecido hace poco más de 20 años), comparable tan solo al lenguaje matemático. Por tanto, la ética intenta elucidar o esclarecer la moral. No creo que sea cuerdo dedicarse en esta columna a diferenciar la ética de la moral; en mi frugal opinión ambas poseen un horizonte similar, mas pienso que, de acuerdo con el momento que se vive en México, es congruente hacer algunos comentarios acerca de la justicia. No todos consideran la justicia desde la misma perspectiva. Las leyes que intentan ser el espejo de esa justicia fracasan por lo regular, aunque existen unas imágenes más eficaces que otras. ¿Por qué fracasan las leyes? Pienso que es debido al hecho de que la justicia no puede ser enteramente definible y deviene en un universal (en la Edad Media se discutió ampliamente este concepto; el universal se refiere a una palabra que intenta describir las características de la totalidad de los seres a los que se refiere; un ejemplo: todos los seres bondadosos son derivados del universal Bondad). ¿Cómo podría constreñirse la Bondad a una palabra, mirarse en un espejo desvirtuado cuando tantos seres reflejados allí comprenden esta palabra de manera diferente? A quienes les interese el asunto de los universales lean, si tienen tiempo. a Guillermo de Ockham; o si les parece demasiado antiguo, repasen a Wittgenstein en su conferencia acerca de la Ética (es un libro brevísimo).
Las leyes se aplican de acuerdo con diversos criterios, pero estos no definen la Justicia, pese a que intentan procurarla: sólo conforman una idea de ella e intentan representarla y aplicarla en los casos reales. Supongamos que la justicia es un relato que se nos cuenta y al que nos sumamos porque deseamos simplemente estar bien o tranquilos. Un relato, una historia o narración que nos complace y, por lo tanto, renunciamos a poner en duda. Al contrario: defendemos el relato. Sería insólito y extraordinario que algo así sucediera siempre, pese a que hay casos extremos en los que se llega a un acuerdo semejante luego de hacer a un lado al resto de los humanos que piensan diferente. ¿Por qué imponer a los demás nuestro ideal de justicia en vez de conversarlo, discutirlo, modificarlo, y después convertirlo en ley?
Hay quien piensa que perseguir la justicia es un acto indudablemente necesario, sí, ¿pero qué es lo que persigue? No imponer leyes impopulares, por supuesto, ni tampoco obligar a que todos los miembros de una comunidad o sociedad acaten ciertas normas. Uno intenta ser justo en el terreno de la realidad cotidiana, en esa que nos atañe como
personas de a pie. La justicia es una conversación acerca de lo que nos conviene, hace bien y nos ayuda a convivir de la mejor manera posible y en libertad. Quizás uno de nosotros (as) sea intuitivo, emocional, racional, respecto a cómo debe ser considerada la justicia, pero es evidente que no todos piensan o sienten lo mismo respecto a ella. Thomas Hobbes escribió que somos seres crueles, brutales y que, además, nuestra vida será desgraciadamente muy breve. ¿Ello merece un poder que obligue a la gente común a seguir un protocolo que enmiende su esencia y comportamiento brutal, como pensaba el filósofo inglés? Claro que no, eso no se adapta a una noción de justicia relacionada con la libertad y el bien común. Es evidente que las leyes deben discutirse profundamente, servir a la amable relación humana más allá de la violencia; pero también estas leyes tienen que discutirse, cambiar, adaptarse. Para ello se requiere de personas que posean el conocimiento adecuado y cuyos intereses personales o políticos no sean un obstáculo para la confortable relación pública. Como afirmaba Amartya Sen, yo preferiría preguntar a los otros “¿qué cosas andan mal en nuestra comunidad y qué podemos hacer para remediarlas?” Quizás así nos encontremos cerca de un concepto más amplio y abierto de justicia.
A raíz de lo dicho, los ejercicios, inútiles según pienso, de transformar la mayor institución de justicia, mediante un voto al que acudirán sólo algunas personas, se halla fragmentado en sus fundamentos. Tan necesario es darle un cauce adecuado a nuestra idea de qué es lo justo y cuáles leyes sostienen esta noción de justicia, que es imposible que esta tarea mayúscula se lleve a cabo de manera tan apresurada. Tan ajena a las indagaciones pertinentes, al conocimiento que deberían tener los votantes de las cualidades propias de las funciones judiciales, las cuales, además, se realizan en contra de la conversación y de la certera confrontación de opiniones de quienes han profundizado en el tema: si partimos de este escenario no puede esperarse sino más confusión e ineptitud. Lo que se exhibe (ayer hubo elecciones al respecto), desde mi percepción, como el problema mayor, es que se aceleró el tiempo de una transformación necesaria en los terrenos de la justicia y se trocó en una mera exhibición popular. ¿O acaso alguien duda de que la población (o pueblo, como gustan decir) no desea que haya justicia, sea cual sea la definición de esta? La mayoría y las siguientes generaciones no merecían una broma escandalosa como la recién perpetrada. Expresado lo anterior, con el respeto que merece todo gobierno que desea imponer su idea del bien (es su trabajo), terminaré afirmando que la finalidad de un buen gobierno no tendría que ser la de destruir los poderes que dan equilibrio a la democracia.