En memoria del Dr. Humberto Muñoz
Leía yo al filósofo de origen palestino, Edward W. Said: “El intelectual de hoy tiende a ser un profesor de literatura herméticamente encerrado en sí mismo, con ingresos fijos y seguros, y apenas interesado en abordar el mundo exterior al aula”, cuando fui interrumpido por el espíritu divagante que anida en mí y decidí visitar la hostería de un amigo cuya muerte todavía me afecta. No sabía cómo habría de sentirme allí, solitario y sepultado por los recuerdos. Quise ir acompañado por una pintora y amiga querida, ya que me disgustan los arrebatos melancólicos y no deseaba acudir solo al lugar donde Antonio Calera y yo dimos paso a tantas reuniones y comilonas antes de su ingrata muerte. Después de permanecer en La Bota dos o tres horas nos marchamos al departamento de mi amiga Rocío y me entregué a una parranda de diminuta multitud (fuimos solo cuatro personas) que duró muchas horas hasta que en plena mañana recordé mi deseo de acudir al homenaje, algo tardío, que la UNAM le brindó al doctor Eduardo Humberto Muñoz García, humanista y sociólogo mexicano, pleno de títulos y estudios que se fraguaron en México, Chile y Austin Texas, además de haber sido coordinador de humanidades en la UNAM durante tres rectorados. Este hombre representó justamente lo contrario al intelectual que describió Said y que cito yo al comenzar este artículo, pues siempre fue, don Humberto, un estudioso preocupado por el movimiento humano, las vicisitudes de los migrantes y la necesidad que había en la universidad de extenderse hacia otros estados de la república y no concentrarse en sí misma (viviendo dentro de un virgen falansterio), o ser un nido más de la burocracia. Humberto intentó abrir o transitar hacia los más disímiles horizontes. Pensé que muchos de nosotros, doctores o no, deseamos que esa universidad sea siempre crítica e implacable con los gobiernos en turno y se revele como una entidad ética que sugiera caminos y señale las arbitrariedades de los dictadores y parásitos inmiscuidos en los gobiernos de casi todos los países. Obviamente la conversación, el conocimiento y la amplitud de miras son determinantes para ello, y Humberto Muñoz desarrolló este carácter abierto, culto e impetuoso tan ausente en los días que corren.
Me dio gusto encontrar en el acto a Imanol Ordorika, a quien considero, simbólicamente, rector de la UNAM, así como saludar a mi amigo Alfonso Vázquez. En el salón donde se llevó a cabo el homenaje observé a dos ex rectores de la institución y a varias celebridades universitarias de la ciencia social. Tomé asiento, algo alejado de la mesa principal debido a mi aspecto, pues temía que mi francachela de la noche anterior, culminada unas horas atrás, se notara demasiado. Sin embargo, puse una atención feroz a todo aquello que expresaron los cerca de quince hablantes a lo largo del acto. Y si bien la mayoría de los académicos desprecian o no ponen atención en escritores o pensadores fuera de sus terrenos clericales, muchos de estos sí prestan atención a su trabajo (sería una tontería no hacerlo) para, desde su trinchera, intentar abrir el conocimiento en las más diversas direcciones y así aproximarlo a la circunstancia mundana y a los dilemas sociales causados en buen grado por los gobiernos autoritarios, corruptos y distantes de la conversación que provoca progreso.
Cuando el homenaje culminó, salí del auditorio y eché a caminar algunos kilómetros. Al llegar finalmente a casa reiteré mi aspecto tosco y desfigurado; sin embargo, medité que mientras no fuera demasiado desaseado en mis ideas —lo soy tantas veces— no tendría que avergonzarme. Mi aventura en aquellas estepas del saber significó, en mi caso, una sólida experiencia ya que logré saber más acerca de los alcances que tuvo en vida la labor del doctor Muñoz, fallecido a finales del año pasado. Hoy que escribo este artículo me convenzo más de las siguientes palabras de Said: “Creo que ser marginal e indomesticado, como quien vive en un exilio real, es, para un intelectual, mostrarse excepcionalmente sensible al viajante más bien que al potentado, a lo provisional y arriesgado más bien que a lo habitual, a la innovación y al experimento más bien que al statu quo autoritariamente garantizado”. Estas ambiciones también pueden cultivarse en la academia.