“El problema es que ningún gobierno, por más inteligente y humano que sea, es capaz de generar buenos artistas”. Lo expresó y escribió Vladímir Nabokov en el libro Opiniones contundentes (Anagrama; 2017). Es evidente que lo expresado por el escritor ruso (algo norteamericano, algo suizo y también algo pedante), es una verdad de Perogrullo ya que si fuera posible incubar artistas cualquier gobierno diría; “necesitamos que el treinta por ciento de la población sea, cuanto antes, formada por artistas” (un cien por ciento de artistas sería, como es de suponerse, el infierno por todos tan temido, claro); si fuera así de sencillo, repentinamente los herreros de la creación saldrían hasta de las coladeras y nos atosigarían con el mazo de sus infundios; lamento que un poco así suceda en la actualidad.

Personalmente y anclado a mis gustos, Nabokov nunca me pareció interesante, y sólo Lolita (acaso también Pálido fuego), la cual, Lolita, leí saltándome páginas, me sedujo y me despertó imágenes incorrectas y bellas. ¡Polovoy! Lo bello no tendría jamás que ser incorrecto, pero no debemos olvidar en qué clase de sociedad vivimos. La afectación y minuciosa arrogancia de su escritura ofrecen la impresión de que es capaz de someter al lenguaje a los designios o arrebatos de la complejidad, o de expresar el mensaje o la esencia verdaderas de la obra. Lo sencillo le parece estúpido y falto de carácter sapiente. A Conrad, Chesterton, Wilde o Hemingway los delata como escritores para niños, y no soporta a Camus, Wolfe, Lorca, Thomas Mann, y mucho menos a Dostoiewski de quien escribió que se trata de un escritor sensacionalista barato, chabacano y vulgar; todo ello a pesar de su pasión no oculta por Pushkin de quien tradujo Eugenio Oneguin. Entre Pushkin y Dostoiewski hay un barranco de distancia y soledad, lo sé, mas viniendo la frase lapidaria de un ruso que, en cambio, admiró a todas luces a Joyce y a John Updike, uno debe tomarla en cuenta sólo como una curiosidad literaria, un caleidoscopio carente de desparpajo y humanidad. Nabokov cree que tejer celosías es hacer literatura y piensa que las palabras forman parte de un mecanismo misterioso que sólo él y unos cuantos podrán descifrar: reconozco esta necesidad de darle dirección a la complejidad y al garabato heterodoxo. No me detendré en ello.

Además de afirmar que “los retratos de los jefes de gobierno no deberían exceder un sello postal”, me interesa el trabajo previo a la escritura de sus novelas: trozos, notas, frases absurdas, galimatías, ocurrencias, las cuales intenta después, Nabokov, utilizar para dotarlas de alguna clase de coherencia que presuma de absoluta premeditación. Me interesó particularmente esta región del libro (Opiniones contundentes) en donde se publican las entrevistas que le hicieron los periódicos y publicaciones más importantes del mundo.

Uno conoce personas extraordinarias en el trasegar de su vida, no importa su condición social, económica, física, etcétera. De alguna forma estas personas dan vida, al deslizarse en el paso del tiempo de nuestro ser, en esa novela intransmisible que, sin mayor recato, llamamos vida. Yo conocí, comiendo en una fonda cualquiera a un mesero mexicano que hablaba alemán y me hacía relatos distorsionados y personales acerca de sus novelas favoritas. También me hice amigo de una yonqui que, aun habiendo cometido dos intentos de suicidio, lucía intelectualmente como la más docta de las filólogas, además de que su prudencia maliciosa me exasperaba.

Todo ello sin dejar fuera a tantos amigos y amigas excepcionales con quienes me he cruzado en la vida. Son las notas de una pésima sinfonía o novela, más de ello me considero yo el culpable. Es comprensible que la mayoría de nosotros pensemos que hemos trazado el pentagrama, las notas y los corchetes que se aproximan al mundo tal como es (eso no existe), así como lo intentara Nabokov desde una subjetividad sometida a su ego calculado. ¡Qué vanidad! Flotamos como cervezas en un riachuelo de orines en espera de que alguna coladera nos engulla. Y allá vamos.

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