La política podría imaginarse como la manera de fingir que somos amigos. O que podemos serlo de cualquier persona. Que trabajando duramente es posible lograr que todos logren ser incluidos en una esfera pública protectora. Es el performance de una buena intención y una barca cuya tripulación en general está formada por malhechores que deciden un rumbo (en ocasiones los malhechores se ven a sí mismos como salvadores). La anterior es sólo una definición. Es evidente que preferimos a los sabios que a los malhechores, pero no es lo común. Aristóteles refiere la política a la ley, a la justicia, a la costumbre y a la libertad, y en su capítulo V escribe respecto a este tema que la ley es pura convención, garantía de no cometer mutua injusticia, sin que esta ley tenga el poder de que los ciudadanos sean buenos y justos. Yo estaría de acuerdo en que la ley es la consecuencia de la conversación y de la literatura, es decir del lenguaje relacionado a la imaginación. La política es una ética, añado. Las definiciones sobran, y las acciones siempre nos resultan insuficientes para conciliar y ponernos de acuerdo en la naturaleza del bien. Mas me resisto a pensar que el bien posea una naturaleza o siquiera exista como consenso universal, absoluto o definitivo; se trata, creo más bien, de una emoción que nos ofrece placer y por algunos momentos nos lleva a pensar que vivir es agradable y no, por cierto, necesario.

Ahora bien, ¿Qué clase de acción es la corrección política? Literatura limitada, pese a que tiende a vivir fuera de las letras concebidas como fragmentos de un universo inabarcable. La política tal como se concebía antaño y su conjunto de artefactos, repúblicas, constituciones, revoluciones, debates, argumentos éticos, partidos electorales, etc.... se va disgregando poco a poco en aras de comunidades globales relacionadas por las corporaciones y la comunicación electrónica, por el jugueteo verbal y los virus tecnológicos. Aunados a las políticas dictadas por las corporaciones, existen comunidades más apegadas a un tiempo terreno, a costumbres ancestrales, o a geografías marginales, aunque los satélites las tengan muy bien localizadas. Aristóteles comprendía que las agrupaciones, pueblos y comunidades tenían ideas de justicia diferentes. No nos puede disgustar o amar la política; vivimos en ella, aunque la poblamos de diversas maneras. Si existen grupos que optan por el encauce del lenguaje en pos de un bien común hacen evidente lo más débil del hecho político: las buenas intenciones expuestas en medio de un pantano. Yo los aplaudo y me sorprenden. Si quieren cercenar el habla popular, dictar normas, estimular comportamientos que vayan a contracorriente de la patanería y el “crimen” verbal, asesino de susceptibilidades, si están por enmendar o propiciar el menor daño a los más débiles, cualquiera que sea su género, están haciendo lo correcto según su idea del bien y no hay más que agradecerles, mientras su censura no cree estropicios en la relación civil o política. ¿Quién dicta estas normas de política correcta? ¿Las corporaciones? ¿Comunidades? ¿Vecinos? ¿Gobiernos? No lo se, a veces unos, a veces otros dependiendo la ciudad o población o empresa que habite uno. O todas entre sí.

Quienes se echan a la espalda el peso de la corrección política son una especie de mártires que procuran su idea del bien. Se les mira como se miraba a Cristo cargar su cruz. No obstante, la política que incumbe en esencia y gravedad a la mayoría viene dada por los poderosos y por aquellas entidades que no soportan la crítica o la rebeldía, aunque sean individuos que asimilan la idea de corrección como libertad y justicia. A mí me parece que si bien Kant nos lego una especie de orden absoluto en la filosofía, nos dejó abandonados en la selva llevando en brazos a un bebé muerto llamado libertad.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS