Ahora que el mote de Generación Z se expande para arropar a una porción de la sociedad, me gustaría traer a escena o inventar a la Generación Montaigne, aludiendo al escritor o ensayista francés del siglo XVI. Quienes pertenecen o han pertenecido a esta generación son (somos) adictos a la filosofía de Michel de Montaigne (1533-1592), a pesar de que él reconoció no tener ninguna filosofía e incluso rechazaba que lo consideraran escritor e insistía en ello de manera constante. Se cuidaba de expresar de manera majadera sus sentimientos más íntimos o personales con tal de no contradecir abiertamente las normas de su sociedad, pero eso no le impedía decir de manera sencilla y abierta lo que pensaba. Como escribió Stefan Zweig: “le preocupaba ser humano en una época de inhumanidad”.

Le molestaba la autoridad y también la disciplina, y no obstante escribió abundantemente además de que fue alcalde de Burdeos en dos ocasiones. Cuando las guerras religiosas lo empujaban a tomar partido, él se negaba y se las ingeniaba para no definirse de manera ostentosa y pasar inadvertido ante los radicales. No era seguidor de nadie, amaba la libertad y no permitiría a nadie que lo guiara por alguna clase de camino moral. Creía que a los veinte años uno ya había revelado su naturaleza y mostrado lo que sería o cómo se comportaría en el futuro. Amaba la discusión y la presencia femenina. Le parecía que pensar era algo muy parecido a vagar, y sus pensamientos más graves le llegaban a la mente cuando caminaba o paseaba: “No sé a dónde voy, pero sé muy bien de qué huyo”, escribió. Rechazaba leer por obligación y sólo lo hacía si la lectura le causaba placer. Los libros que enseñaban o que ofrecían un conocimiento especializado le disgustaban. Subrayaba los libros que leía y su filósofo moralista más admirado fue Plutarco. Odiaba las afirmaciones dogmáticas y el que alguien se obstinara en tener razón. La fama le era despreciable aunque fue muy querido. No comprendía que alguien no tuviera vicios porque estos fortalecen la experiencia y el conocimiento. Proclamaba sin tapujos que las mujeres deberían tener varios amantes y jamás menospreció los derechos civiles o la inteligencia moral de las mujeres.

Abundando en lo relativo a los vicios que procuraba Montaigne, añado que en Historia elemental de las drogas, Antonio Escohotado escribe: “El fin de la guerra al alcohol produjo entre los gangsters un desasosiego sólo comparable al producido por los círculos puritanos, así como grandes celebraciones entre los no abstemios. Al igual que muchos diputados y senadores, el comisario Eliot Ness —enemigo mortal de contrabandistas y vendedores de alcohol— decidió festejar el fin de la Gran Depresión con un trago”. La prohibición que imponen los estados y las sociedades más puritanas es uno de los mayores males que han traído a los individuos las sociedades primitivas. Montaigne mismo detestaba la moderación respecto al alcohol, después de todo la embriaguez es un placer del que los individuos debemos gozar o no, siempre que no alcancemos el grado criminal ni la desgracia de los otros. Los individuos tenemos cierta obligación de cuidar nuestra independencia no permitiendo que la moral rígida de los prohibicionistas nos afecte o se entrometa en nuestras decisiones personales. Así, los que pertenezcan a la Generación Montaigne y coincidan con su actitud y pensamiento, serán, sólo si tenemos una gran fortuna, los moradores del futuro. Habrá que esperar algunas décadas o siglos, pero confío en que serán una tribu numerosa.

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