Cuando en cuestiones morales uno expresa que existe la Verdad irrebatible, o el Bien absoluto (es decir: sostener que determinada acción es buena o mala por naturaleza) se desplaza entonces hacia terrenos ambiguos y pantanosos, ya que el lenguaje es prostitución pura y no siempre consiente lo que afirmamos: ¡Cuántas veces nos da la espalda! “Sólo en el lenguaje uno puede decir una cosa por medio de otra”, escribió Wittgenstein, quien debió apellidarse Pérez, pues de este modo parecería más amigable y mundano. Como los amigos que uno hace en el barrio. Quiero decir que cuando afirmamos que tal cosa es verdadera requerimos de pruebas tales como que los involucrados apoyen nuestra posición y que utilicemos las palabras haciendo amistad con ellas. Es entonces cuando podemos echar a andar la maquinaria de nuestros juicios. Las cosas no son buenas por sí mismas, somos nosotros quienes les damos realidad. No me da vergüenza mi desvergüenza mientras sea pragmática y me ayude a vivir al lado de tantos patanes sin sufrir demasiado. Cuando Fernando Pessoa escribió “Tengo todo para ser feliz, excepto la felicidad”, de inmediato despertó mi aprobación, ya que la felicidad como concepto o emoción pura es de dudosa existencia.
El párrafo anterior me auxiliará en este momento que quiero dibujar o describir a los hipi fascistas, quienes cada vez son más numerosos o comunes en los tiempos que corren. De entrada, los miembros de esta tribu contemporánea creen que sus buenas intenciones o su lucha por determinada causa los o las convierte de súbito en sacerdotes actuales o dioses que no ponen en duda su divinidad. Al tratar de imponer lo que creen que es “bueno” pasan por encima de las opiniones o manifestaciones más diversas. Es decir: hacen de su causa el centro de su sistema solar. Sin embargo, esta postura no es el peor de los males, ya que la mayor parte de las personas actúan de manera similar; el dilema se presenta cuando ellas tejen una especie de fascismo tierno que le abre el camino al fascismo más duro, como el creado por Mussolini en 1922. Yo, por ejemplo, creo que es bueno expresarse más allá de hacer crecer al hipi fascismo. Si una comunidad realiza doscientas marchas al día —haciendo lo posible por no joderle la vida a quienes no la deben— están actuando adecuadamente y expresándose como seres libres que defienden sus ideas y tienen la intención de convencer a los demás acerca de ellas.
Hasta aquí el derecho a expresarse no representa ningún acto criminal. No obstante, si el fascista tierno excomulga, condena, insulta, difama a quien no persigue su causa o la expone de otra manera, se transforma en una clase de fascista autoritario, un hipi de hierro, es decir aquel o aquella que es capaz de linchar o atacar brutalmente a quien no coincide con su parecer ni con la concepción de su mundo colmado de flores y bondades.
Sumado a ello y en caso de ostentar un cargo público, este personaje podría tomar medidas extremas contra quienes se ubiquen al margen de sus dictámenes o se alejen de lo naturalmente bueno y justo. Todo esto se aplica a problemas latentes hoy en día, sean corridas de toros, drogas, animales, lenguajes incorrectos, nuevas generaciones, etcétera. El camino hacia el fascismo duro se erige sobre la ausencia de educación, de lecturas, de información variada, de disposición a escuchar o, de plano, se nutre de buenas y analfabetas intenciones. Imponer una política que se dice buena y correcta es algo siempre parcial. Ya Aristóteles comprendía que las agrupaciones, pueblos y comunidades tenían ideas de justicia diferentes. Después lo expresaron también Vico, Herder y tantos más: Ya vico en el siglo XVII decía que las palabras no sólo representaban, sino que construían, además de que pensaba que la imaginación es fundamental para edificar una cultura.
Antes de lanzarse de cabeza por una causa hay que informarse, criticarse, comprender las costumbres y los atavismos ajenos, sopesar el asunto y expresar el veredicto propio a los cuatro vientos, si uno desea. De lo contrario el hipi fascismo (o el mundo onírico de lo real maravilloso) se nos va de las manos y la sociedad se nos llenará de fascistas ortodoxos cuando menos lo pensemos.