A lo largo del tiempo una certeza va tomando forma en mi mente y me doy cuenta de que puede erigirse en una forma de supervivencia: dar por sentado que no sé quiénes son los que me rodean, desde el ser más querido hasta más lejano o extraño; me pregunto, ¿en qué consiste para ellos el bien, la riqueza, el sabor a uva, etc....? Cuando exclamo o me refiero a “¿quiénes son?”, quizás sólo intento expresar una honrada y perturbadora duda: no sé cuál será su comportamiento, aun los conozca hace décadas enteras y los lugares comunes expresados acerca de su conducta social, étnica, genética, regional, neuronal no aminoran la desconfianza o, más bien, el desasosiego que va y viene por mis venas. No creo que el hecho de conocer a profundidad el funcionamiento físico cerebral de una persona defina cómo van a comportarse en determinada situación: la mente sería, a diferencia del cerebro, la conciencia sumada al entorno social; de modo que el cerebro sólo sería el hardware de la máquina, por decirlo de alguna manera. Tampoco conozco la extensión de los traumas y pasajes vividos que los colocan como partícipes de una cultura. Afirmar que a todos nos une el hecho común de ser humanos, de poseer sentidos, sensibilidad y sufrir similares efectos ante las mismas causas físicas me parece un relato consolador, intersubjetivo e incluso bello para aquellos que creen que comprenden lo que el otro significa. Yo he tomado, quizás para desgracia mía, un barco que se hunde en otra dirección.

Cuando me dispongo a mirar documentales acerca de la creación del universo, del origen de galaxias, hoyos negros, sucesos que tienen lugar a miles de millones de años luz (sin lograr imaginarme el peso empírico de estas distancias), me percato que la mayoría de sus respuestas son más dudas que afirmaciones. Armados de una tecnología compleja, de un tramado matemático y algunas elementales leyes físicas, nos narran un mito colmado de interpretaciones absurdas, a veces imaginativas, pero que coinciden en su esencia de relato ficticio o mentira espectacular. Su fantasía desbocada sostenida en bellas imágenes y en pésimas metáforas se dirigen a un público que apenas si posee los rudimentos matemáticos o la cultura científica para darse cuenta de la enorme cantidad de ocurrencias con que tantos astrofísicos nos relatan, como si fuéramos niños, conclusiones de las que ni ellos mismos se hallan seguros. Lo reconocen, y aun así aumentan el malentendido con cuentos que sólo pueden tener sentido en la imaginación enloquecida. Construyen teorías como si fabricaran automóviles; dan por hecho su verdad a partir de algunas observaciones o efectos que registran sus instrumentos. Por cierto, más allá de reconocer que buena parte de su divulgación es loable, uno no deja de pensar en la cantidad de dinero que podría haber sido utilizado para disminuir el dolor humano, el penoso desequilibrio económico y las precarias condiciones en que vive buena parte de los habitantes del humilde globo terráqueo. De hecho, sucede lo contrario: se inclinan por la humillación (el caso actual de USA es tan claro al respecto), la expulsión agresiva de los inmigrantes, el racismo y la discriminación. Es evidente cuál es el colofón de este acto: el humanismo es imposible de llevar a cabo y es más difícil lograr que conocer los orígenes o el comportamiento de aquello que los científicos llaman universo. En las disquisiciones mostradas en estos documentales no hay una sola palabra o disertación acerca de la filosofía de la ciencia que sostiene sus observaciones y conclusiones, lo que muestra tales narraciones poco honrosas y alejadas de un conocimiento humano que en verdad afirme el progreso, la solidaridad de una especie y que nos sirva para vivir de manera más confortable. Lo contrario es su característica común.

La soledad es quizás la única certeza a la que pudiera yo denominar de este modo: certeza. Esta soledad es conciencia pura del vivir, transitar por el mundo y además conocimiento de mis limitaciones. Frente a esta perspectiva el cómo se comporta la Vía Láctea me tiene sin cuidado. Eso no es conocimiento humano, real, relacional, consecuente, fundamental, etc... Erosionar ese sentimiento de soledad es imposible, a no ser que se posea la capacidad de fingir y edificar un mundo o una circunstancia ficticia que nos coloque en el centro de algo que deseamos sea verdadero, como lo intenta realizar tanta ilusa teoría astronómica (el deseo de “verdad” es respetable; pero no transmisible, sino como un cuento de hadas). Algo de mí se encuentra en ti, le dices a una mujer, un hombre o al ser amado, pero qué cosa es ese algo, ¿un sentimiento mutuo, un deseo, una simple metáfora? Nadie sabe qué es lo otro justamente porque ese otro crea el misterio necesario para vivir humanamente. Nuestra certeza también es un misterio, vaya paradoja. Yo me concentro en mi soledad, y esa creencia es una certeza que me auxilia en este efímero parpadeo que nos propone la vida. ¿La materia negra? Vaya despropósito: volveré a leer a Kafka.

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