La sentencia o grito de batalla “¡Prohibido prohibir!”, no puede tomarse en serio, excepto quizás en un caso. Cuando su predicado o la extensión de su significado o de lo que quiere manifestar es más amplio o comprensible. Esta consigna extrema lleva consigo una paradoja: otras personas podrían quejarse y exclamar “¿Y por qué debo prohibir que se prohíba tal acto o expresión?”, declaro entonces prohibido que se prohíba prohibir. Hasta aquí he mostrado sólo reyertas abstractas, expresiones románticas y relámpagos míticos del lenguaje. Yo, simplemente, interpreto la frase como un deseo de mayor libertad y una renuencia a la imposición de normas provenientes de una institución, comunidad o sociedad, etc... ¿Por qué prohibir los corridos y tumbaos, etc... acusándolos de que representan un estímulo para ejercer el crimen o violar las leyes? A fin de cuentas se trata de crónicas de la realidad, composiciones artísticas, expresiones musicales y ejercicios de admiración y exaltación heroica. Quien siga —como pueda— la escritura de Jacques Derrida quizás sospeche lo que significa explicar un texto fuera del texto. Pero nadie por fortuna entrará en esas disquisiciones. La otra pregunta que se antoja trascendente es ¿quién va a prohibir los corridos sicalípticos y en nombre de quién o de qué va a hacerlo? Se tendría que guardar un absoluto respeto por aquellos que se exaltan prohibiendo ciertas acciones de rincón a rincón, y como bien sabemos, detrás de estos apóstoles se esconde más de una cucaracha, allende de que la máxima institución de justicia ha sido dañada y empobrecida a causa de las prisas utópicas y de la ausencia de conversación institucional. Que los corridos suenen y sólo cuando se llegara a probar que se trata de mensajes explícitos para perpetrar un crimen alevoso hasta ese momento tendrían que llevarse a cabo las pesquisas necesarias. ¿Mas quién va a llevar a cabo estas averiguaciones cuando la confianza hacia los centros cuya obligación es irradiar justicia se encuentran tan mermados? En la leyenda medieval Los siete Infantes de Lara, encuentro más violencia, sangre y depredación que en cualquier corrido inofensivo de actualidad.

La otra excusa para prohibir esta música es el supuesto de que se estimula el crimen entre los jóvenes expuestos a una educación precaria y cada vez más despreciada y alejada de un futuro menos infeliz, capaz de plantear alternativa a los negros horizontes. No sólo estas razones son absurdas, sino que la influencia de esta música es inevitable: el escenario donde se puede propagar existe. En la literatura, para referirme a mis oficios, los conatos y actos de censura han sido permanentes. Cuando Hubert Selby Jr, publicó La última salida a Brooklyn la novela fue de inmediato amordazada en Inglaterra siendo sometida a un juicio excepcional donde participó en su defensa el escritor británico Anthony Burgess. La novela de este último, Naranja mecánica, se atacó duramente

cuando Kubrick la convirtió en película, pese a que en las raíces de la historia se encontraba la violación de la esposa y de la madre del escritor ingles. Incluso cuando llego a pensar en escritores que aplaudieron el fascismo o la figura de Hitler y luego fueron castigados o censurados por sus sociedades, ante lo cual me revelo: Ezra Pound, Louis-Ferdinand Céline, Knut Hamsun, Bataille, entre otros, vivieron esta experiencia de rechazo, escarnio y castigo.

Fiel al influjo de la dispersión que me acosa yo escucho una colosal cantidad de compositores o artistas que nada tienen que ver entre sí: Serguéi Prokófiev, Chopin, Brahms, Sault, boleros, jazz o música punk. Si se me antoja en algún momento pongo a sonar a Luis y Julian o a Natanael Cano. Y así: el gusto rígido y ortodoxo no me seduce ya que no estoy levantando ninguna iglesia. Si la desaparición del INAI tuvo lugar —hecho que todavía me parece algo siniestro e imposible de aceptar—, entonces podríamos temer el advenimiento de un cúmulo de prohibiciones a la libre expresión y a la posibilidad que poseen los artistas de elegir sus temas y desarrollarlo como mejor les parezca. Déjenlos en paz.

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