Entre “Si me dejas ahora” con José José y “La incondicional” con Luis Miguel que se escuchaban en la radio. Regresamos a esa época. Los ochentas con el “Plan México” y las giras presidenciales providenciales por el territorio nacional, donde el Gran Poder llega con regalos y nos endeudamos silenciosamente, pasito a pasito. El folclore gubernamental se presenta lo mismo en Paracho hoy, que antes en Agualeguas, ayer en Macuscapana, o en Atlacomulco y cualquier frivolidad. Pisa el presidente, llueven las dávidas. Opereta sexenal sin novedad.

El obradorismo gastó, lopezportillistamente, todos los fondos, los guardaditos. En tierras michoacanas la Presidenta anunció, también lopezportillistamente, que entregará un millón de estufas de leña. Peña regaló 9.7 millones de televisores; Calderón cambiaba refrigeradores viejos por nuevos. Hasta Francisco Labastida, hace un cuarto de siglo, prometió computadoras e inglés. ¿En la era de la Inteligencia Artificial, estufas de carbón? ¿Y los bosques michoacanos lastimados por aguacateros voraces y criminales desalmados? Humo, asma e insuficiencia cardiaca. Las estufas de leña en Michoacán son un “arancel” mortal a las mariposas monarcas que vienen de donde malgobierna Trump.

La “mexicanización” (concepto lopezportillista) como vía para generar crecimiento económico es un ritornello sexenal: misma tonada, semejante sermón, cantos nacionalistas, iguales maromas e idénticos aplausos cuando gritan inflamando el pecho “Hecho en México”, llámese “Plan México”, o rebautizado “Pacto de Solidaridad Ecómica” con Miguel de la Madrid. Carlos Salinas lo reeditó como PECE, “Pacto de Estabilidad y Crecimiento Económico”. Felipe Calderón “Acuerdo Nacional en favor de la Economía Familiar y el Empleo”, después de la pandemia AH1N1.

Sólo cambió el teatro: Palacio Nacional, Castillo de Chapultepec, ahora Museo de Antropología, una de las construcciones del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, secretario de Asentamientos Humanos y Obras Públicas de López Portillo, encargado de algunos edificios faraónicos que endeudaron criminalmente al país, después de encontrarse un grandísimo yacimiento de petróleo, Cantarell, y despilfarrarlo en obras parecidas al Tren Maya; por ejemplo, la horrible (e infuncional) mole de la Cámara de Diputados.

En ese lopezportillismo nació el lopezobradorismo que nos gobierna. Ya lo dijo Carlos Marx en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, el primer piso de la transformación fue una “tragedia”, el segundo una “farsa”. ¿Estufas de leña? Qué bueno que el estudio universitario fue sobre la termodinámica de una estufa de leña para uso rural, y no de la fuerza motriz de una carreta de burros. Temblaría la Tesla.

“Mexicanizar” anuncia nacionalizar. López Portillo tenía todo el poder igual que hoy Morena y estatizó la banca. ¿Siguen las Afores? Todo era suyo: gobernadores, PRI, Suprema Corte, ejército, y empresas que, dicen, ahora, se “robaron” al privatizarlas. ¿Las recuperarán?, ¿las nacionalizarán? El país estaba en una crisis mundial (como hoy, por otros factores) y el gasto era descomunal, como hoy con el Bienestar para todo y trenes por construir. “No estamos unidos para que unos pisen y se encaramen sobre otros, ni para que pocos se salven y muchos se hundan”, dijo el López Quetzálcoatl. El López versión maya, Kukulkán: Por el bien de todos primero los pobres. Ajá. Ni medicamentos. Ni escuela de calidad. Sólo chocolates.

“Reafirmemos el derecho a tomar nuestras decisiones en materia monetaria, con los aranceles, con las licencias, con los estímulos y fomentos a la exportación. Esa es la estructura que conviene al país, es la estructura a la que me he comprometido a defender como perro…”, dijo López Portillo, padre político de Morena. Después lloraría y pediría perdón.

Diputado federal

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