El obradorismo quiere imponer una identidad nacional mocha, mutilada: un indigenismo tan falso y castrante como los que abrazan sólo el españolismo.

Ni somos Huitzilopochtli, ni llegamos en Iberia o en la carabelas de Cristóbal Colón. Somos México. Nación mestiza, heredera de la grandeza y defectos de las culturas precolombinas y europeas. Somos Malintzin, la mujer indígena, inteligente y estratega, nunca traidora, que pintó Camila Townsend y el propio Miguel León-Portilla; y somos también Hernán Cortés, aunque les duela a los miopes históricos, colgados de taras ideológicas.

Invisibilizar a Cortés de nuestra historia es soberbia pura, es hacer una fogata y quemar a Carlos Pereyra, José Luis Martínez, Christian Duverger, y al mexicano excepcional José Vasconcelos, que en el prólogo de su primera edición de Hernán Cortés dijo: cualquiera que medite su obra de “modo desapasionado, comprenderá que merece, como nadie, el título que tanto se le ha regateado, de Padre de nuestra nacionalidad… De su sistemático empeño, de aliar lo autóctono con lo español, por la cultura y por la sangre, nació la Nueva España, un México nuevo, el México que es raíz del tronco vivo de nuestra personalidad internacional”. Eso es un país “único e indivisible, basado en la grandeza de sus pueblos y culturas” como dice la Constitución. Lo debe saber bien el tercer presidente indígena de la Corte, de apellidos españoles, Aguilar Ortiz.

Si México se fundó hace 700 años, sin España, en Tenochtitlán, es una ruindad histórica con otros pueblos originarios distintos a los “mexicas”. Los purépechas jamás fueron conquistados por los aztecas. Además asoma la ignorancia, ¿no es “cultura” la obra de Francisco de Vitoria o Bernardino de Sahagún? Mutilación histórica, amputación futura. ¿Sor Juana Inés de la Cruz es española, mazahua o mexicana?

Recordar la historia de monografía de papelería es incultura gubernamental. México no nació de la pedrada asesina a Moctezuma, ni de la noche triste de Cortés. Por supuesto que la grandeza de Tenochtitlán no caerá, como advirtió Tezozómoc, pero ¿acaso creen que no debemos apreciar la cultura de Roma, Grecia o Jerusalén, que empezó a llegar por España?

Es propicio recordar todo esto, por la carta pública de la Señora Gutiérrez Müller, promotora del perdón de los iberos por la conquista y su solicitud de autorización para vivir en España, no desmentida. Nada contradictorio en la misiva con el “no me he ido a vivir allá”, escrito en perfecto “cas-te-lla-no”. Quizá debió agregar, “y no me iré hasta que ofrezcan las disculpas exigidas”. ¿Pedir perdón por Bartolomé de la Casas y Vasco de Quiroga, verdaderos luchadores contra la pobreza indígena?

Sólo un detalle: ¿Quién es la mafia en España a la que alude la Señora Gutiérrez? ¿Hernán Cortés, Juan de Zumárraga, Julio Iglesias, Gerard Piqué, Ibai Llanos, o Florentino Pérez, presidente del equipo de futbol del Real Madrid, que algunos catalanes creen que roba al Barcelona? José Luis Rodríguez Zapatero con Nicolás Maduro, es mafia pura venezolana.

¿Acusan a Pedro Sánchez de mafioso, el primer presidente que visitó a AMLO? Ingratitud. ¿Qué culpa tiene México de la lentitud del trámite de residencia española? El gobierno español está un poco distraído con el citatorio que le llegó a la señora Begoña Gómez al palacio de La Moncloa donde vive el presidente, para responder ante un juez, por el delito de malversación de fondos. Allá y acullá todavía no destruyen al poder judicial independiente.

Acullá como en Bolivia, donde el exgobernante Evo Morales un día dijo: España debe pedir perdón, “nunca hubo un descubrimiento hubo un asalto criminal imperialista”. Después de las últimas elecciones bolivianas, ese rollo y él se fueron, para que entiendan los morenistas, al “basurero de la historia”. Los indígenas bolivianos siguen igual o peor.

Diputado federal

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