La novedad, ocurrencia de moda, estreno (para decirlo en términos cinematográficos), es que Donald Trump decretó aranceles del 100% a las películas extranjeras. Ahora, ultranacionalismo cinematográfico.
¿Sabrá qué hace? ¿Protege a su cintas o las ataca? La ignorancia de Trump es supina; el arte no tiene dueño, y las películas son tan arte como la pintura, la escultura o la poesía, un film es escultura en movimiento, literatura viva, teatro en celuloide. Libreto, actuación, escenario y notas sonoras. La Casa Blanca es hoy un monumento a la cretinismo y la rusticidad. El cine es el arte de la globalidad.
El auténtico republicano, Ronald Reagan, que fue actor (mediocre, cierto) debe estar revolcándose en su tumba en Simi Valley, California, cerca de Hollywood, al ver los desfiguros de su compañero de partido. Trump no está “pariendo” una nueva época mundial. Trump ni siquiera está defendiendo un mercado, sino unas cuantas monedas. “Un puñado de dólares” pues, para citar esa película, “spaguetti wester”, que le dio brillo mundial, época de oro, al cine norteamericano, pero dirigida por el italiano Sergio Leone. ¿Qué sería de Hollywood sin los extranjeros?
¿El rupestre aldeanismo de Trump renegaría de todos los extranjeros?, por ejemplo, los australianos, Nicole Kidman, Hugh Jackman, Russell Crowe; los canadienses, Keanu Reeves, Ryan Reynolds; los ingleses, Emma Watson o Daniel Craig; o los mexicanos, Salma Hayek, Demián Bichir, Eugenio Derbez o, el chihuahuense, Anthony Quinn Oaxaca. Expropiar, nacionalizar, estatizar o “agringar” el arte, como lo quiere hacer Trump, es degradarlo. ¿El séptimo arte sin Guillermo de Toro en Los Ángeles?
Esos aranceles envilecen la pantalla grande. Es como decretar la soberanía italiana sobre el Coliseo Romano, o la francesa sobre la Torre Eiffel, o la española en la catedral-mezquita de Córdoba. Por cierto, ¿qué sería del cine gringo sin Javier Bardem, Penélope Cruz o Antonio Banderas?. Natalie Portman nació en Israel y hasta el exgobernador de California, Arnold Schwarzenegger, ícono de la fuerza norteamericana con que se disfraza Trump es australiano.
El premio de la Academia (Óscar) a la mejor película internacional, será a partir de ahora, una factura para cobrar una lana por exhibirse en Estados Unidos. Sólo falta que la demencia de Trump la haga retroactiva: pagarían: la alemana “Sin novedad en el frente” de Edward Berger, “Parásitos” de Corea del Sur, “El viajante” de Irán, “Roma” de México de Alejandro González Iñarritu; y “Cinema Paradiso”, el gran homenaje al cine de Giuseppe Tornatore, musicalizada por un italiano al que Estados Unidos le debería pagar aranceles: Ennio Morricone, también le puso música a “Érase una vez en América” o a “La Misión” que coprotagonizó un inglés, Jeremy Irons, con Robert de Niro.
Guerra de las galaxias quería Reagan. George Lucas la hizo película, y hubiera sido imposible sin los tres icónicos personajes de la primera saga: Han Solo (Harrison Ford), Luke Skywalker (Mark Hamill) y la Princesa Leia (Carrie Fisher). Los tres tienen ascendencia foránea; y no precisamente de otro planeta como Chewbacca. Quizá Elon Musk le recuerda a Trump el universo, pero el aldeanismo presidencial estadounidense es bochornoso.
El presidente Reagan interpretó al sanguinario oficial George Custer, en la película “Camino a Santa Fe”, dirigida por el húngaro Michael Curtiz. Trump debería saber exactamente qué le pasó al Capitán Custer, por andar buscando “la América pura y blanca”, perseguir indios y matar, con soberbia, niños y ancianos. Aquello acabó en tragedia en Montana. Ganaron la partida “Caballo Loco” y “Toro Sentado”. Trump: ¡Remember Little Big Horn!
Pero tal parece que Trump quiere volver al cine nacionalista y maniqueo: en blanco y negro (donde triunfen los blancos) y mudo (donde los extranjeros nos callemos la boca).
Posdata.- Trump rehabilitó la prisión de Alcatraz. De donde se escapó el ladrón de bancos Frank Morris. Recuerdo la película con Clint Eastwood, que por poco le dan el Óscar al mejor actor por esa fuga con un simple cortauñas… Acá en México, el abogado de los bancos del Fobaproa, “el robo más grande desde la colonia” según López Obrador, ni cerca de Alcatraz, ni de Almoloya. Que empiezan con “A” de abuso y arbitrariedad. ¡Ah! Y de asaltabancos.
Diputado federal