Mito, realidad, fantasía. Jamás se ha comprobado, pero tampoco se ha desmentido. Las famosas Bolas Calientes del sorteo mundialista viven bajo ese misterio cada cuatro años. Muchos hablan de baja temperatura de las esferas, otros de bolas heladas, algunos de lunares colocados estratégicamente en esos pequeños compartimentos que esconden el nombre de las selecciones y los grupos.
Es muy curioso o extraño que los países sede del Mundial sean extremadamente cuidados por la Federación Internacional en la fase de grupos; difícilmente les llevan rivales fuertes. Piensa mal y acertarás, dice el refrán. El organizador de la Copa del Mundo —por obvias razones o si quieres llamarle sentido común— debe avanzar por lo menos a una siguiente etapa, con el único fin de mantener el interés y la gran fiesta de los aficionados locales. Dicen que, cuando eliminan al país anfitrión, se acaba el Mundial.
En el sorteo para el de 2014, en Brasil, hubo polémica, porque el anfitrión Jerome Valcke, entonces secretario general de la FIFA, ocultó en su mesa, con colaboración de las imágenes que transmitían la ceremonia, la apertura total de las bolas. Yo no descarto que suceda. Hay tantas mañas y situaciones raras en el mundo, y en el deporte puede suceder. ¿Acaso no nos acordamos de los actos de corrupción del expresidente Joseph Blatter y compañía?
Este viernes, conoceremos a los rivales de México para 2026. Mucha atención con el manejo de las esferas, las tomas de televisión, las miradas de todos los implicados. Firmo que en el grupo de nuestra Selección no estarán —por ejemplo— Noruega, Egipto o Escocia. Será un sector muy blando, que le permita al equipo mexicano quedar como primero y librar —por lo menos en las siguientes dos fases— a los favoritos para ganar el Mundial.

