Se comporta como uno de esos aficionados iracundos, sin freno y llenos de impotencia por un resultado adverso.

Hasta ahora, se ha comportado como un hombre cargado de dinamita, que —por cualquier circunstancia— explota, no controla sus emociones.

La imagen de Efraín Juárez es de una persona agresiva e incontrolable, que necesita de la intervención de sus auxiliares o jugadores para evitar una desgracia.

No es el Efraín que conocí en su etapa de futbolista: Tranquilo, reflexivo, valiente, que no es lo mismo que ser bravucón en el campo.

Entiendo que la gente cambia, pero debe ser para bien, no para dar problemas. Alguien tiene que acercarse al entrenador para bajarle la adrenalina, porque llega a unos estados coléricos que le hacen perder la cabeza.

Hoy, con estas acciones, Juárez no representa en nada varios de los principios de la Universidad Nacional Autónoma de México expuestos en su código de ética: Convivencia pacífica y respetuosa, respeto y tolerancia, responsabilidad social.

No tengo dudas de que Efraín tiene las mejores intenciones para ayudar a los Pumas, pero sus actitudes lo están llevando por un mal camino, pues no son ejemplo para el grupo que gestiona.

Bajo su mando, tiene a jóvenes que seguro lo admiran por lo que hizo en su carrera como jugador y las conquistas que tiene como técnico; sin embargo, les deja la percepción de que es un peleonero, un barra brava cualquiera, y eso no suma a su modelo de líder.

Efraín Juárez es un buen entrenador. Debe pelear, pero por tener un mejor equipo, que luzca, que compita, que sea capaz de ganar un título.

Ojalá que sea prudente, distinto, más inteligente, a partir del próximo torneo.

@elmagazo

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS