Lo que viene es el caos, y más nos vale entenderlo pronto, porque las actuales turbulencias sociales, económicas y políticas van mucho más allá de la frivolidad de la coyuntura o de meros cambios incrementales; por el contrario, estamos ante avances y decisiones que modifican de raíz el mundo en que vivimos.

No solo es que alteren los equilibrios de los jugadores, es que reemplazan el tablero y cambian las reglas, incluso alterando inercias que nos habían acompañado desde los albores de la historia humana. Algunos comparan nuestra época con la revolución industrial, o el descubrimiento de América; se quedan muy cortos; para encontrar un simil con el cambio que ya estamos viviendo, habría que regresar hasta la invención de la escritura o de la agricultura.

Y, por cierto, con la gran diferencia de que, esta vez, las transformaciones no tardarán cientos o miles de años; se reflejarán en cuestión de décadas o tan solo un par de años. Demasiado amplias como para preverlas por completo, demasiado profundas como para evadirlas, demasiado rápidas como para mantener el ritmo.

Por eso, lo que viene es caos. Cambios tecnológicos, económicos, políticos y sociales que se impulsan y alimentan entre sí, sin que nadie pueda escapar a sus efectos, mientras las certezas que parecían proyectarse en acero y en piedra se desvanecen en el viento. Las formas de entender, no solo los procesos comerciales, sino incluso nuestra propia humanidad, saltan por los aires, abriéndole espacio a pesadillas y maravillas, muchas de las cuales ni siquiera podemos imaginar, aún.

De fondo, lo que pase con los audios de Zedillo, con la elección judicial, con la mañanera de Sheinbaum o las ridiculeces que legisle el congreso, son poco más que ruido, tan parroquial como irrelevante; meros caprichos de una clase política que se asemeja a aquel niño que pretende controlar con el cuenco de sus manos, la fuerza de las olas del mar.

¿Cuáles son esas olas? He aquí algunas, para reflexionar:

  • La muerte de los trabajos de oficina.  Los avances en automatización e Inteligencia Artificial son espectaculares. Sin embargo, pareciera que ni los políticos ni la sociedad han alcanzado a comprender la profundidad del cambio que implican.

Durante décadas, el paradigma era que la automatización impactaría en primer término a los trabajos manuales, que serían reemplazados por robots. Por lo tanto, para mantener las oportunidades de empleo se apostó con todo por la educación superior y la llamada “economía del conocimiento”. La idea, ciertamente lógica y razonable era que: si los robots van a reemplazar a los trabajos manuales, entonces hay que mover a las personas hacia carreras universitarias y funciones intelectuales/de oficina que los robots no puedan reemplazar tan fácilmente.

El mundo se lanzó a un esfuerzo monumental para multiplicar la cobertura de la educación superior y el número de licenciados. Pero, resulta que -adelantando unos años al reloj- el avance de la Inteligencia Artificial cambió por completo el escenario.

Nos despertamos en el 2025 y nos encontramos con que, sin previo aviso, va a resultar mucho más práctico y barato reemplazar puestos intelectuales que los de trabajo físico. Después de todo, para reemplazar a los pintores, a los vendedores, a los agricultores, necesitas muchas máquinas que hagan el trabajo; en cambio, para reemplazar a todos los abogados, o los contadores o los oficinistas, basta con un algoritmo. Una pieza de programación que puede copiarse o multiplicar su alcance a un costo muy cercano a cero, que no se cansa, no pide incrementos de sueldo, no hace sindicatos o grillas de oficina, y que ni siquiera está sujeta a la ley de los rendimientos decrecientes; al contrario, entre más trabaja, más aprende y mejores resultados ofrece.

La consecuencia es que en los próximos 10 años va a egresar de las universidades la mayor generación de licenciados en nuestra historia, armados con sus títulos recién sellados y sus relucientes expectativas, a toparse de bruces con un mercado laboral, en el que muchos de ellos simplemente no serán necesarios, porque la IA es capaz de trabajar mucho mejor que ellos y a un costo mucho menor.

¿Van a desparecer los Godinez y los trabajos de cuello blanco? No, pero van a reducirse drásticamente, justo mientras la oferta de egresados universitarios llega a su punto máximo. El choque entre las expectativas académicas y la realidad laboral va a ser brutal. Los privilegiados que obtengan un empleo lo conseguirán bajo condiciones mucho menos beneficiosas que la que aquellas que vivieron sus padres o hermanos mayores; y millones más simplemente no van a encontrar trabajo. El desempleo juvenil crónico será una realidad general, e impactará con especial intensidad a países como México.

  • La manufactura como válvula de escape. La segunda “ola” va de la mano con la primera. Esta semana Donald Trump nos lo dijo las claras: no quieren automóviles fabricados en México o Canadá, quieren hacerlos en Estados Unidos, mientras las guerras arancelarias y rudezas diplomáticas de Washington prometen regresar los trabajos de manufactura a su país.

A primera vista es un absurdo. ¿Quién querría regresar al arduo trabajo de la tienda, el surco o la fábrica, cuando puede optar por un salario mucho más elevado en el comparativamente cómodo trabajo de oficina? Sin embargo, una vez que comprendemos que ese trabajo de oficina no va a ser opción -porque simplemente va a evaporarse- la aparente locura cobra sentido.

Sí, ya sé lo que está pensando, estimado lector: los trabajos de manufactura también son susceptibles de automatización. Es cierto, pero esas automatizaciones son comparativamente más costosas que la automatización de los trabajos de oficina (por el costo de fabricar y dar mantenimiento a robots vs. Un algoritmo sin cuerpo físico). Por lo tanto, miles de millones de personas serán comparativamente más competitivas en la manufactura que en los trabajos de escritorio.

En un escenario donde la alternativa ya no es la fábrica o la oficina, sino la fábrica o el desempleo, esos “humildes” trabajos de manufactura, campo, etc. repentinamente se vuelven mucho más deseables.

Ahora bien, eventualmente habrá una presión social/política que derive en que los gobiernos restrinjan el avance de la automatización, una especie de cuota porcentual de puestos de trabajo ocupados por personas de carne y hueso. Entonces, la negociación evidente con las empresas será que los límites a la automatización se apliquen en aquellos roles donde esta sea comparativamente menos redituable; es decir, en ciertos procesos de manufactura y trabajos similares.

Para los más afortunados será el overol y la fábrica; para los demás el Netflix, el subsidio y la irrelevancia.

  • La transformación demográfica. La natalidad está colapsando en todo el mundo. Los nacimientos caen a velocidades que -en algunos casos- superan incluso a las proyecciones más pesimistas. Ya sabemos que el descenso se reflejará directamente en los niveles de población a mediano y largo plazo, elevando la edad promedio de los habitantes e impactando en los pagos de seguridad social y las pensiones, pero la historia no termina ahí.

Las consecuencias no son solo los niños que dejan de nacer, sino las familias de largo plazo que dejan de formarse. Conforme disminuye el número de nacimientos y matrimonios, también adelgaza la red de respaldo social de las personas. Con menos interacciones y lealtades de largo plazo: esposa, cuñados, tíos, primos, suegros, las nuevas generaciones quedan drásticamente más aisladas, que sus padres o sus abuelos.

Puedes tener 20,000 amigos en redes, 200 ligues en Tinder o 1 millón de likes en YouTube, todo eso es tan vacío como efímero; en el mundo real estás solo.

Esa soledad no solo tiene graves efectos psicológicos, sino también económicos, sociales y políticos. En caso de una crisis, una catástrofe natural o sencillamente una mala racha, esos vínculos de familia o amistad a largo plazo son los que mantenían a flote a las personas, ayudándolas a encontrar un nuevo empleo, a pagar deudas, resolver una necesidad o siquiera darle un taco.

Durante las crisis mexicanas de 1982 o 1995, las redes de familia/amigos fueron muy clave para salvar millones de vidas, hogares, carreras y patrimonio, pero ya no más. Cuando llegue la siguiente gran recesión, millones de personas no tendrán ni a quién los ojos volver para comprarle croqueta a su perrihijo.

El resultado será pobreza y frustración.

Estos fenómenos seguirán multiplicándose y alimentándose de muchos otros que ya están en marcha, y otros tantos que seguirán surgiendo los próximos años.

¿Le pareció a usted intensa la violenta reacción en los taxistas cuando Uber demolió su modelo de negocios? Espérese nomás unos 5 o 10 años a que los vehículos automatizados reemplacen por igual a taxistas, ubers y choferes. Va a correr tinta en los periódicos, va a correr demagogia en los políticos y -quizá- sangre en las calles.

Habrá gritos y sombrerazos. Habrá regulaciones y revoluciones, magnicidios e iluminados. Pero, sobre todo, habrá caos; y en medio de ese caos, nosotros.

Arrojados en nuestra pequeña barca a las tormentosas aguas no exploradas de un nuevo mundo, tendremos que descubrir, incluso una y otra vez, nuestro rumbo, hasta encontrar la ruta correcta. Quizá en el camino lograremos resolver problemas, crear maravillas, dibujar una vida mejor.

Sí, lo que viene es el caos, pero al final del día, en toda su complejidad, su belleza, su violencia y su fuerza será, simplemente, humano.

Doctor en Derecho, profesor y escritor.

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