Sigo con mi lesión del tobillo y no he podido correr desde hace un mes, que fue mi maratón. Decidí evitar cualquier tipo de impacto y me inscribí al club para aprovechar el gimnasio. Luego de hacer bicicleta y aparatos, siempre acabo en el vapor.

El domingo, entré directamente a rasurarme. Saludé y alcancé a distinguir a dos tipos medio curiosos; uno de alrededor de 60 años de edad y otro de 40. Ambos con el pelo a media espalda y de barba crecida. Parecían padre e hijo, pero conforme subía la temperatura del cuarto y de su conversación, asumí que no lo eran.

“A Dios no le importan ni la guerra ni los muertos [le aseguraba el más joven, sentado en flor de loto directamente sobre el mosaico]. A Él le da igual [continuó, hasta que el de más edad lo interrumpió iracundo, para increpar a otro señor, de unos 70, que también entró a afeitarse]”.

“¡Oye, no abran la puerta hacia adentro, carajo! ¡Cada que abren así entra un chiflón helado y me pega en las costillas! ¡Por eso hay un letrero afuera que dice ‘Jale’, no ‘Empuje’!”, le espetó —muy molesto— al de pelo blanco, que mejor optó por salirse. “¡Respeten!”.

Yo fingí no prestarle atención al mamarracho, quien —con una actitud triunfante— retomó su plática acerca del universo, Shiva y el Dharma.

“Yo sé que tú eres un provocador y que viniste a esta dimensión a decir las cosas como son”, lo aduló, no sé con qué afán, el que parecía su vástago.

Conforme deslizaba el rastrillo de mi cuello a la barbilla, no podía creer la impertinencia de aquel personaje.

Me acordé de la vez que una señora iba a paso lento en el carril rápido de la pista donde suelo correr, y un corredor muy enojado le gritó que se moviera, a lo que otro más tolerante le aconsejó: “Para qué haces corajes, hay mucho espacio. Muévete tú”.

Soy el primer promotor de que se respeten las normas y el orden, más si pasarlas por alto implica afectar a los demás, pero también soy consciente de que hay ocasiones en que podemos ser más comprensivos. Más, en un jodido vapor.

Todavía con algunos residuos de espuma en el rostro, tomé una bocanada de aire caliente y me regalé una disimulada sonrisa en el espejo. Tomé mis cosas, me eché la toalla al brazo y me despedí de los presentes:

—Muy buena tarde a todos”, y escuché —entre los demás— al asceta-wannabe desearme también buena tarde, hasta que salí airoso por la puerta.

—¡Hijos de su madre! [alcancé a oír todavía su grito colérico, conforme se cerraba la puerta]. ¡Abran la puerta hacia afuera, chingadaaa!

Estoy en todas las redes como FJ Koloffon

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