Recuerdo con lucidez aquel partido. Jugaba en la categoría ‘76 de mi escuela, el Irlandés, aunque estudiaba en la generación donde predominaban quienes habían nacido en 1975. A diferencia de ellos, la ‘76 siempre disputaba los campeonatos de la Liga y se enfrascaba en grandes confrontamientos contra los mejores, incluidos los colegios maristas, de donde salieron varios profesionales.
Era la final del Torneo de la Amistad —que me parece, aún existe— contra el Instituto Cumbres, comandado en la delantera por Santiago Baños, hoy presidente deportivo del América. Perdíamos 2-0 en la recta final del segundo tiempo, cuando tuve la oportunidad de clavar un gol que jamás olvidaré: Razo, pegado al poste izquierdo.
A los tres minutos, anotamos otro más y ganamos en tiempos extra. No cabíamos de la euforia en la cancha, ni nuestros papás en las tribunas. El júbilo y los gritos resuenan en mi memoria, con semejanza al juego más estruendoso que haya visto en el Azteca.
Qué importante resulta ganar algo en la vida, especialmente cuando eres niño. Lo que sea: El torneito de fut, las porras, un concurso de baile, de oratoria, la exposición de maquetas, de pintura, de bombas de chicle o la codiciada medalla académica.
Lo pensaba el domingo, ahora desde las gradas, mientras veía a Lorenzo escaparse habilidosamente con el balón por la banda derecha hasta el área rival, en un recorrido que, imaginé, quizá resurja en su mente en un futuro que podría parecer muy lejano.
Estos acontecimientos sin aparente importancia, que a veces ni uno mismo sabe que guarda y protege con recelo —como el gol del campeonato— en su bastión interno, no son simples recuerdos, son grandes recordatorios de que ya lo hemos hecho y podemos volver a hacerlo.
Ganamos la final de la Liga Bari. Y lo digo en plural, porque las mamás y los papás también lo hicimos. Quienes los llevaron a los entrenamientos, los que fuimos a los partidos, los que sortearon los tránsitos, los que lavaron los uniformes y les pusieron hielo a estos hijos nuestros que nos permiten voltear al pasado y nos obligan a mirar al futuro, hacia enfrente, hacia esas porterías que nunca desaparecerán del camino de grandes, medianos y chicos, pues a quién no le gusta gritar !Gol! No importa lo que signifique para cada uno.
Estoy en todas las redes como FJ Koloffon