Aunque lleva un buen rato de cabeza, el mundo atraviesa actualmente por un muy particular estado de confusión y desorden, más cercano al caos que a cualquier posibilidad e intención de sintonía.
México no es la excepción, ni mucho menos. De hecho, es uno de los escenarios donde se dan con más habitualidad las noticias más horrorizantes, esas que deberían, primero, petrificarnos y, luego, llamarnos a la movilización.
Homicidios al por mayor, desaparecidos, descuartizados, extorsiones, robos, secuestros e injusticias. Lo que ni al mismísimo Stephen King se le ocurriría, ahí está en los periódicos. Pero nada nos conmociona como país ni como sociedad, ni la nota más escabrosa es capaz de levantarnos de nuestra silla.
Hace un par de semanas, le tocó el turno a Ximena Guzmán y José Muñoz, dos de los colaboradores más cercanos a Clara Brugada, Jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
Si bien, la nota ha dejado de ser noticia, pues han pasado varios días —en los que, por cierto, poca información ha surgido—, yo me enteré apenas que Ximena, en algún momento de su vida, formó parte de Albatros, el mismo equipo de atletismo donde yo entreno.
Supongo que habremos coincidido alguna vez en la pista de Villa Olímpica, pero nunca nos conocimos, ni intercambiamos palabra. Sin embargo, el hecho de saber que compartíamos la pasión por correr y que nuestro entrenador haya sido el mismo, me impactó.
Y es aquí que me pregunto: ¿Dónde es que un país se detiene para poner un alto, decir “hasta aquí” y replantear el rumbo?, ¿qué debe pasar para que la gente y los Gobiernos despierten, ante tanta abominabilidad?, ¿qué hace falta para que abramos los ojos?
¿No deberíamos dejar, por fin, atrás tantas rencillas?, ¿no sería el momento de que las autoridades, los funcionarios públicos, la sociedad y todos convocáramos no sólo a nuestra reconciliación, sino a hacer un verdadero frente común en el que cupiéramos unos y otros?
Si algo caracteriza a este equipo de atletismo, al que Ximena se unió a sus 15 años y yo un poco más tarde, es que habemos gente de todas las filiaciones políticas y de los gustos y preferencias más diversos, y ese nunca ha sido un impedimento para que, más allá de un equipo, nos sintamos parte de una familia. Lo que nos hace fuertes y resistentes a lo que sea, son nuestras maravillosas diferencias.
Hoy, México nos necesita unidos.
Estoy en todas las redes como FJ Koloffon