México agoniza. La dictadura de la maldad y el terror, se expande por nuestras venas.
Vivimos una descomposición profunda, continua, ininterrumpida y, por eso, ya casi invisible.
Las estampas del horror nos devuelven en el espejo un rostro deforme: lo que en realidad somos.
Mayo, Ciudad de México. Un hombre tira a un perro vivo a un cazo hirviente en una carnicería. Extorsionaba al dueño. El sacrificio fue para que viera que hablaba en serio. Profesión del agresor: policía.
Junio, Ciudad de México. Es detenido un joven que mató a su abuela, de 76 años. Le clavó un puñal en el pecho. Vendó sus ojos y puso en ellos dos monedas de diez pesos. Móvil: la abuela le había pedido que trabajara.
Julio. Cuautitlán. Una pareja irrumpe en el kínder de su hijo. Amenaza con una pistola a su maestra, la obligan a hincarse y a pedirle perdón. El niño ríe.
Oaxaca, 2019. Un diputado ordena le rocíen ácido en la cara a su ex novia, saxofonista, que había terminado la relación. Hoy purga su condena en su domicilio.
Veracruz, diciembre 2022. Una mujer embarazada es asesinada para extraerle a su bebé.
San Luis, agosto 2023. Un iracundo karateca medio mata a un joven que atendía en un Subway. Móvil: le dijo que se formara en la cola.
¿En qué momento llegamos a esto? ¿Cuándo perdimos el alma?
Cierto: un gobierno que no cumple la ley no puede hacerla cumplir.
Cierto: la polarización hiere y divide.
Cierto: la impunidad invita al delito.
Pero estos son actos perpetrados todo el tiempo, por habitantes de un país que ya no conocemos. Los millones de familias rotas por la migración. Delegar la educación a la escuela. Disolver la armonía familiar en alcohol o droga. Las crisis recurrentes que llevaron la esperanza a la bancarrota. La persistencia del abuso y de la injusticia. La tiranía de la impunidad.
Todos somos responsables.
Sí, la autoridad es en México sólo un concepto, porque no se impone el castigo ni se aplica la ley, pero este grado de vileza es cometido no por bandas del crimen organizado ni miembros de pandillas —esos ejecutan su propio terror—, sino por personas comunes. Como usted y como yo.
Porque, no olvidar las cifras del dolor: cada media hora es violada una mujer. Y es violada por alguien que puede ser nuestro vecino, un conocido, un familiar. Alguien.
Cada día un niño es abusado sexualmente en su escuela. Por su maestro. Por un trabajador. Por alguien que debería ser ciudadano.
Señalar a los gobiernos es la salida fácil y cómoda para no reconocer un estado de coma de nuestro civismo, nuestra formación, nuestros valores.
Nada he oído de nadie —ni corcholatas ni taparroscas—sobre qué hacer para curar a México. Para recobrar su compasión. Para reconciliarnos con la vida, con la esperanza y con la justicia.
Es como si esto no existiera porque hemos hecho peor que ignorarlo: lo hemos normalizado.
No hay tarea más urgente que la refundación de la familia, de la escuela y de la comunidad. Necesitamos nuevos motores de generación de valores, de civismo, de ética, de respeto y tolerancia, de lealtad hacia el otro.
Hay una crisis profunda en el tejido social que nos impide tener viabilidad como nación en el futuro.
No es una exageración. Es el diagnóstico de nuestra triste realidad.
Ojalá no se convierta en autopsia.
@fvazquezrig