Los últimos años han traído, en todo el mundo, un remolino político de pasiones, de confrontaciones, señalamientos, reformas vertiginosas.

Es el mundo del apresuramiento.

La llegada de los populismos surge como respuesta a un sentimiento de abandono. Millones fueron hechos invisibles por una suerte de neo despotismos ilustrados. Esas elites probaron sus incapacidades para entender al mundo del rezago y, peor, demostraron una arrogancia que incubó el éxito de la política del rencor.

El resultado, en la coordenada política, es la erosión del centro y la dilusión de la política de la concordia.

Lamentablemente, pienso, el mal es más profundo.

Los fenómenos políticos, mezclados con aletargamiento económico, disparo de las migraciones y una potentísima revolución tecnológica, han trastocado la esencia misma de las sociedades occidentales.

La mayor fabrica de valores, la familia, ha perdido solidez y cohesión. Ahí están los datos alarmantes de la violencia en casa: el horror puertas adentro. Las adicciones corrosivas. El reclutamiento del crimen o el afán de riqueza rápida.

Al mismo tiempo, se desconectó a la escuela del hogar. La sinergia en la formación de seres humanos honorables, preparados y con decoro se ha ido debilitando. El más alarmante ataque a la estabilidad social de los populismos ha sido el emprendido contra la educación. De los impresentables libros de texto en México a la ofensiva contra las universidades en EU: el corazón mismo de su vanguardia tecnológica, de innovación y de liderazgo global, se está destruyendo la institución de enseñanza como piedra angular de la generación de bien común.

La empresa perdió su responsabilidad social, en parte por ambición y en parte porque los trabajadores perdieron representación por el debilitamiento de las organizaciones sindicales. Los excesos de la crisis mundial del 2008; el grosero involucramiento en campañas negras, la colusión con el poder político se expande como una metástasis en todo el mundo.

Así, se perdió la convivencia dentro de las sociedades. El respeto al otro y al diferente. La amabilidad. La decencia.

Cuando esta crisis pase —nadie sabe ni cómo ni cuando— encontraremos sociedades fracturadas y devastadas. Moralmente destruidas. Con escasos vínculos de articulación.

Hará falta, hace falta ya, el regreso de la moderación y la sensatez. Liderazgos con óptica profunda, valor y amplitud programática. Con una nueva discursiva que fundamente la reconexión de los lazos rotos para restaurar la solidaridad y el sentido de comunidad.

Ya la historia, siempre circular, nos ha enseñado que tras el caos, surgen liderazgos renovadores.

Que así sea.  

@fvazquezrig

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