La democracia en México ha muerto. 

Fue, tan sólo, un tercer paréntesis en la historia nacional. El primero fue la República Restaurada. El segundo el maderismo. El tercero la alternancia que llegó en el 2000 y se cerró en el 2018.

Desde la posrevolución, los ciclos políticos en México se rigen por una fórmula repetitiva y coincidente. Surgimiento de una clase política, gobierno, degradación, despertar social, reemplazo.

El derrocamiento de Carranza dio origen al incipiente periodo de gobiernos sonorenses, cuyo exceso al tratar de imponer el regreso de Obregón a la presidencia en 1928, violando el principio sagrado de la revolución —la no reelección— derivó en su desintegración. Su agonía fue el maximato. El movimiento de masas y la sagacidad de Lázaro Cárdenas, fundó un sistema que duró el resto del siglo XX.

El priísmo logró mantenerse en el poder, pese a sus excesos, gracias a un dilatado periodo de prosperidad económica —el desarrollo estabilizador— a una ideología difusa y a un enorme pragmatismo ejecutado por una clase política experimentada.

Su agonía fue larga y costosa. La matanza de la Plaza de las Tres Culturas fue el inicio de los estertores que llevaron a la bancarrota al país. El priísmo se escindió en 1988, y 1994 fue un año fatídico, que mostró al mundo la podredumbre interna: poco antes el narco mató al Cardenal Posada Ocampo, se quebró la paz con la irrupción del EZLN, asesinaron a Colosio y Ruiz Massieu y llegó la macro devaluación de diciembre.

Tres años después, la sociedad despertó y salió a votar por las oposiciones. En el 2000 el diagnóstico se confirmó.

El PAN gobernó sólo 12 años. Su primer sexenio fue de opereta. El segundo abrió un sangriento periodo cuyo ciclo no termina. El partido se quebró. Sus dos expresidentes ya no son militantes. Una nueva alternancia abrió las puertas a un neo-priísmo que tenía todos los vicios del primer periodo y pocas o ninguna de sus virtudes. Más de 15 gobernadores fueron encarcelados o procesados. 

Tras esta degradación, llegó el nuevo régimen que llegó con un inmenso caudal de votos y un enorme apoyo social. Desmanteló la democracia, creó un nuevo sistema de masas y generó una potente discursiva. Sus grados de popularidad son inmensos. Lleva 7 años. 

Pero algo comienza a expedir un olor putrefacto. La corrupción aflora. Día a día se exhiben vínculos con criminales. Los liderazgos vigentes sufrieron agresiones, verbales y físicas, la semana pasada. La Presidenta hace un llamado a la moderación, pero el exceso continúa. Desde Estados Unidos se cancelan visas, se hacen detenciones, se preparan golpes a una situación inocultable que cobra vidas de miles de personas y, sólo este año, de más de 50 funcionarios.

El goteo de escándalos se convierte en chorro.

Estamos viendo el inicio de una degradación temprana.

No hay, por lo pronto, un movimiento social que haga contrapeso al desplome moral del sistema burocrático.

¿Es posible que la extensión de inmoralidad se controle?

Difícil.

Veremos.

@fvazquezrig

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