El asilo es, quizá, la institución de Derecho Internacional más antigua en la historia de la humanidad de la que se tiene memoria. Desde sus orígenes en Mesopotamia, los delincuentes podían acogerse de la persecución policial si llegaban al templo del Dios Asilo; lo mismo pasaría en los templos de Grecia y Roma. Posteriormente, en la Edad Media, también se liberaban de la persecución quienes llegaban a los templos cristianos; en todo ese tiempo, la protección era para los acusados por crímenes del orden común y nunca para aquellos acusados por razones políticas ya que las monarquías, emparentadas generalmente unas con otras, se protegían mutuamente.
Será hasta la era moderna cuando el derecho proteja a quienes son perseguidos por razones políticas, religiosas o doctrinarias.
Durante el siglo XIX, por las crisis ocasionadas por las guerras napoleónicas surgen figuras como la de los apátridas, que afortunadamente ha desaparecido.
México ha sido un paladín en la defensa de los perseguidos políticos; hay multitud de ejemplos, algunos personales, como el de Trotsky en su casa de Coyoacán, el de Cámpora en la embajada mexicana de Buenos Aires o el de Manuel Azaña en un hotel, formalmente dependencia de la Embajada de México en el sur de Francia.
Hay otros masivos, como el de los ciudadanos del cono sur que tuvieron que dejar sus países por la Operación Cóndor, represión regional organizada por militares de sus países; argentinos, brasileños, uruguayos, paraguayos y chilenos; y, el exilio por antonomasia, el de los republicanos españoles de 1939.
La calificación de si el perseguido tiene características políticas o no corresponde al país asilante, pues es obvio que el país persecutor nunca aceptaría esa cualidad.
Sin embargo, la proliferación de mafias internacionales y de grupos criminales que tienen cada vez más influencia en las estructuras gubernamentales nos obliga a evitar que estos logren protegerse gracias a esta institución secular profundamente humanitaria.
La ruptura de relaciones diplomáticas orquestada por Perú en contra de México este año no solo atenta contra los derechos humanos fundamentales, sino que pone de manifiesto su desprecio por la estructura jurídica del derecho humanitario.
Ojalá que la torpeza peruana sea prontamente corregida y, sobre todo, que esta institución siga existiendo como protección para aquellos que sufren la persecución de su Estado de origen, que debía protegerlos en lugar de perseguirlos.

