Me pregunto qué estará pasando por el mundo, que lo que en alguna ocasión fue considerado como un avance del Occidente desarrollado, hoy pasa por caduco e inoperante. Los procesos democráticos pasan por una era de desaliento. Liderazgos histriónicos, que en otras épocas eran considerados ridículos y poco serios, hoy prosperan y se multiplican. Este movimiento ni siquiera se ampara en una tendencia hacia la liberalización de prácticas económicas, o bien, en apoyo hacia las izquierdas más identificadas con las causas de los más vulnerables. Tanto en la izquierda, como en la derecha, estos liderazgos conllevan una eficacia electoral que sobrepasa a formas más tradicionales de comunicación y acción política.
Solo hay que ver cómo se formó la victoria electoral de Trump para comprender los nuevos comportamientos del electorado contemporáneo. Los nuevos electores gustan de versiones simplificadas sobre la realidad económica y social. Encontrar a un culpable idóneo sobre el que recaiga el enojo y la frustración de grandes sectores de la población, es esencial para el éxito de estos proyectos. Se construye una noción de la identidad nacional que pueda oponerse a un enemigo propicio. Entonces, se identifica a ese enemigo con los grandes males de la post modernidad. La delincuencia violenta, el desempleo o los salarios bajos son causados por este ser extraño.
La base de la Globalización fue la apertura de las fronteras para el libre intercambio de bienes y servicios. Cada región se beneficiaría de sus ventajas comparativas y con ello, se optimizó el precio y el acceso a diversos satisfactores. Es obvio que este proceso pasó por encima de muchos intereses. Los más afectados fueron aquellos que no supieron adaptarse a las nuevas prácticas. La ilusión tecnológica desplazó mano de obra, y las nuevas oportunidades fueron aprovechadas por los más jóvenes y permeables. Esto construyó una división social entre los innovadores y los desplazados. La convocatoria a revivir viejas glorias estaba dirigida a denostar los costos de la Globalización. Así los nacionalismos (normalmente idiosincráticos) se vuelven el discurso sobre el cual se pretende recuperar un pasado donde el sentido de identidad era más claro.
En este mundo, lo opuesto a ese nacionalismo es lo extranjero. La noción de que la migración es la culpable de la disminución de la calidad de vida se vuelve una narrativa verosímil. La mayoría no quiere saber quién la debe, sino quién la paga. Resulta paradójico que los discursos chauvinistas que tienden a cristalizar estereotipos nacionales y de éxito son causantes de las concentraciones de ingreso más acuciadas en las últimas épocas. La desregulación en materia ambiental, o de protección al consumidor que busca proteger a los más vulnerables, se vuelve la culpable de la falta de actividad económica. Proteger al nacional con respecto al extranjero y, al mercado interno frente al comercio internacional, parecen opuestos irreconciliables. Toda propuesta conciliadora que tienda a buscar la complementariedad de estos conceptos es tildada de complicada y timorata. La estrategia de la Reina de Corazones (que les corten la cabeza) parece ser la solución pronta para calmar la impaciencia.
Poco importa que estas diferencias encubran visiones racistas y misóginas. El estereotipo excluye a aquello que no se ajusta a sus cánones. En las sociedades abiertas encontrar al extranjero, o al migrante, no es tan fácil. Normalmente se acometen a hacer las tareas que no hacen otros. La gran mayoría está trabajando. Los grupos de sin techo que duermen en las calles son heterogéneos y normalmente carecen de documentos de identidad. Los invisibles se van volviendo anónimos.
Lo peor de todo es que el mundo ya ha vivido estas cosas antes. El odio hacia el otro genera violencia y con el tiempo convoca a la guerra. No parece ser que estos nuevos liderazgos sean aptos para resolver la complejidad de lo contemporáneo. Normalmente son tan efímeros como las narrativas que los sostienen. El riesgo mayor es aquel que pasa por radicalizar la agenda pública para sostenerse en el poder. La gran diferencia entre la verdad y la post verdad es que mientras la primera es compleja, múltiple y llena de potencialidades, la post verdad se vuelve en un mito didáctico, pero inútil para resolver los problemas.
La pretensión de vivir en un mundo sin problemas es simple y sencillamente infantil. Cada vez que aportamos soluciones a una cuestión, abrimos nuevas problemáticas. Se puede decir que los seres humanos pueden organizarse para mejorar la calidad de los problemas que enfrentan. La incertidumbre de un mundo plural rehúye moldes rígidos. La vida tiene cierta inestabilidad que la hace valiosa. No todo puede ser predecible. La condición humana siempre puede sorprendernos.
Parece ser que la única realidad que disuelve todos los problemas es la muerte y eso, quién sabe.
Abogado