Desde hace algunos meses, toma fuerza una hipótesis que hasta hace poco parecía impensable: la implosión del partido en el poder. No por obra de una oposición brillante —que sigue sin ofrecer alternativa—, sino por el deterioro interno de su estructura, la pérdida progresiva de cohesión, la debilidad presidencial y una suma de presiones internas y externas que están empujando al sistema político mexicano hacia un nuevo punto de inflexión.

Morena, como fuerza dominante, nació como un frente amplio en torno a una figura carismática. Su solidez dependía menos de sus principios que de su fundador, y menos de su militancia que de su control territorial. Hoy, ese diseño ideológicamente endeble empieza a mostrar grietas, como lo es la crisis de Adán Augusto o las ausencias de Monreal, Delgado y Andy al reciente Consejo Nacional de Morena.

En lo internacional, la amenaza viene del norte. Donald Trump ha intensificado sus advertencias contra México y ha insinuado que podría destapar la cloaca: es decir, revelar información clasificada sobre presuntos vínculos entre morenistas y el crimen organizado. La intimidación ha generado inquietud y, entre la posibilidad de sanciones económicas, nuevos aranceles o incluso una acción militar unilateral, en Palacio Nacional tiembla.

Conociendo al autor de The Art of the Deal, no será difícil pactar con él para evitar que pida la extradición de los presuntos implicados, pero el costo de la negociación será demasiado alto para los mexicanos, quienes pagaremos la onerosa factura por su impunidad.

Y es que aumentar gastos cuando no se tiene con qué, es echarle más leña a la hoguera. La deuda se dispara sin control, la inversión extranjera se enfría y se reportan cientos de miles de empleos perdidos en meses recientes. Ello, aunado a una corrupción rampante y la cooptación del sistema judicial que le garantiza total impunidad al gobierno.

Mientras tanto, las pugnas dentro de Morena se multiplican. Gobernadores que buscan elegir bando, figuras aparentemente desplazadas como Adán Augusto, operadores en el Senado como Monreal, el príncipe heredero Andy, tecnócratas como Harfuch y viejos cuadros de izquierda como Brugada compiten, discreta o abiertamente, por posicionarse rumbo a 2030, pasando por apoderarse de buena parte del Congreso en 2027. Sheinbaum, aún en la fase inicial de su sexenio, aparece debilitada sin narrativa propia, sin respaldo popular espontáneo y con el dilema imposible de obedecer a su creador sin volverse irrelevante.

La figura de López Obrador sigue viva —literal y políticamente—, pero más como tótem que como árbitro funcional, cuya sombra domina, pero no resuelve. En un sistema que se diseñó para girar en torno a él, su presencia sin control solo profundiza la parálisis.

La implosión no ocurriría como un estallido, sino como un proceso. La actual crisis de conducción, donde la presidenta ha perdido capacidad de decisión y narrativa, ha despertado serias dudas en el núcleo operativo de la 4T, provocando fisuras que se han hecho evidentes en la estructura de la organización. Ante la disolución progresiva del liderato presente de López Obrador, el siguiente paso bien podría ser una guerra entre facciones que bifurcaría la estructura vertical del movimiento, generándose luchas por liderazgos y el surgimiento de candidaturas disidentes, un escenario que rompería la unidad rumbo a las elecciones de 2027, en las que es probable que Morena pierda la mayoría calificada, sin descartar que incluso llegara a entregar la mayoría simple. El colapso concluiría en 2030 con un candidato que podría ser Omar García Harfuch o Andrés Manuel Jr., dependiendo de qué dedo salga la selección. Ninguno tendría posibilidades reales de ganar, pues el primero no tiene arrastre en el partido y el segundo carece de experiencia política.

Mientras eso pasa, la oposición seguirá siendo un conjunto de aparatos disfuncionales que solo velan por los intereses de sus liderazgos y son incapaces de generar la esperanza de un resurgimiento; su tarea es aguardar pacientemente a que Morena se autodestruya, pero ellos mismos ya son irrelevantes. A pesar de ello, destacan tres políticos que superan por mucho a los probables elegidos del partido oficial: Ricardo Anaya, Luis Donaldo Colosio Jr. y Enrique de la Madrid. La única forma en la que alguno de ellos podría vencer al oficialismo, que para entonces ya se habrá adueñado del INE, sería mediante una candidatura común producto de una elección nacional previa y una vigilancia sin precedentes al proceso electoral. Si uno de ellos consolida una posición moderada, republicana, con vocación social y sin excesos ideológicos, tendrá una oportunidad real.

Un actor emergente como SomosMX, si logra diferenciarse tanto del oficialismo como de los partidos tradicionales, podría convertirse en el fiel de la balanza en 2027 y, eventualmente, en opción de poder en 2030, siempre y cuando vaya en unidad con la oposición.

¿Queda algo de esperanza?

Sí, pero es frágil y poco probable, pues depende de que Sheinbaum logre romper con el sistema anquilosado que heredó y se deshaga de todo aquello que promueve el retroceso brutal que, como forma de gobierno, impulsó su antecesor. Para ello —aquí viene lo difícil— deberá negociar con la oposición, quien venderá caro su apoyo, exigiendo la anulación de decenas de cambios que la aplanadora morenista insertó en la Carta Magna, destacando el regreso de la autonomía del Poder Judicial, el INE y organismos autónomos.Tal implosión sería, sin duda, el fin de Morena, pero también podría marcar el inicio de la reconstrucción democrática de México.

X: ferdebuen

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