“Los que construyen modelos algunas veces me critican por no poner mis pensamientos en modelos matemáticos. Mi respuesta para ellos es que las matemáticas no se han puesto al día con la metáfora y el lenguaje y ¡ambos son inventivos!” (carta de Albert O. Hirschman a Daniel Bell, 15/09/1993, citado en Jeremy Adelman, 2017, El idealista pragmático. La odisea de Albert O. Hirschman, Universidad de los Andes, Bogotá, p. 8).
Es suficientemente conocida la analogía de los delfines con las y los economistas por parecer, en ambos casos, animales muy inteligentes… a los que no se les entiende nada. Adelman nos recuerda que “el trabajo de Hirschman representa un esfuerzo por practicar las ciencias sociales como literatura. Esto es lo que lo hace parecer tan original en estilo y contenido, ahora que los lazos entre las ciencias sociales y la literatura son cada vez más débiles” (Ibid. p. 9). El asunto viene a colación por la reciente aparición de estimaciones (recibidas como verdades inmutables) de las incalificables agencias calificadoras gringas, del Banxico y de la OCDE, sobre un crecimiento negativo de la economía mexicana para este año y para el próximo.
El inmerecido prestigio de la doctrina económica convertida en ciencia, exacta por añadidura, viene de muy lejos. De los tiempos en los que se plagian categorías de las ciencias exactas, particularmente de la física, para iniciar la desvinculación del resto de doctrinas humanas y de la literatura: equilibrio general, múltiples equilibrios parciales, la gravitación de los precios de mercado alrededor del precio natural, son algunos de los excesos en los que incurre una doctrina que, en su versión dominante, solo coloca supuestos en el sitio que debieran ocupar algunas explicaciones, para volar a su aire en el espacio de la abstracción.
Con la práctica de lo que John K. Galbraith denominó la fuga técnica, la sofisticación matemática como lenguaje alternativo de un cuerpo teórico elemental y equivocado, la disciplina se apropia de capacidades predictivas que no solo anulan la incertidumbre fundamental keynesiana; también cancelan el encantador posibilismo de Hirschman, la idea de que toda persona tiene derecho a un futuro no proyectado, en función de la delgada calidad de las proyecciones y de la propia audacia para escapar de aparentes determinismos.
Con el austericidio, aunque se diga republicano, con la política monetaria restrictiva frente a una inflación estructural, con la financiarización rentista que cosecha donde no ha sembrado, con la invocación de medidas proteccionistas, con la desglobalización y con un largo etcétera de estupideces perpetradas y/o prometidas, la trayectoria cíclica del sistema económico se encamina a su fase recesiva, adornada con una nueva presión inflacionaria, de nuevo confeccionada del lado de la oferta. El sacrificio de cientos de miles de gallinas enfermas solo ha podido elevar el precio del huevo por la inelasticidad imperfecta de la oferta y una alta tasa de interés simplemente no lo puede bajar, salvo que las familias lo saquen de su canasta de consumo.
La alta literatura, la reflexión filosófica profunda, la música y la danza, las más hermosas artes plásticas son, sin asomo de dudas, plausibles creaciones humanas. Las tonterías económicas que producen las crisis, también. Que el posibilismo y la incertidumbre se apiaden de nosotros.