“Declárense los Estados Unidos por la independencia de México y yo les aseguro que no sólo será república sino confederada con los Estados Unidos. Tanto es el amor que los mexicanos tienen a los americanos del norte como a sus hermanos y compatriotas” (Fray Servando Teresa de Mier, Escritos inéditos, citado en Luis Villoro, 2010, El proceso ideológico de la revolución de independencia, FCE, México, n. p. 160).
No ha habido, no hay ni habrá asunto más complejo en el papel de nuestro país en el planeta que la relación con los Estados Unidos de América; el momento actual es particularmente delicado, entre otras cosas, porque -tras la consumación de la independencia- constituyó un faro, cuna de la libertad y, en las indagaciones del Licenciado Jesús Reyes Heroles, la guía de los federalistas vencedores en el texto de la Constitución de 1824, para luego arrebatarnos más de la mitad de nuestro territorio.
Reiteradamente, nuestra historia va reuniendo incontables decepciones en esa relación mediante el paradójico dualismo que, de un lado, lubrica con eficiencia economía y comercio y, de otro, hace patente el desprecio social, el racismo y la exclusión que nos obsequian. Desde el comienzo de las negociaciones que, en enero de 1994 inició operaciones, hubo voces que advirtieron sobre los riesgos que acompañaban a la integración de dos economías brutalmente asimétricas y, de manera temprana, se hizo visible que la singularidad que representa el hecho de ser las naciones contiguas con mayor diferencia en el PIB per cápita solo se ha profundizado con el paso del tiempo.
La llamada hipótesis de convergencia, por la que la integración de una economía atrasada a una más desarrollada arrojaría el resultado de un mayor crecimiento (en bienestar y productividad) de la primera, se ha convertido en un espejismo que, en realidad, no hace ningún sentido. Crecemos menos, a pesar que, desde México, se exportan numerosos productos de las empresas trasnacionales que aquí operan y que Trump intenta llevar de regreso a su territorio.
En la revisión histórica de nuestra precoz afición por la imitación, tan polémicamente descrita por Samuel Ramos, los centralistas señalan la debilidad intelectual que adornaba a la “voluntad popular” federalista, por lo que las diputaciones provinciales suplantaban a tal voluntad, toda una categoría de la ciencia política, para promover la federalización de nuestra joven república. Fuimos federalistas, según parece, por ser ignorantes e imitadores de la constitución gringa.
¿Qué se puede decir hoy? Enfrentamos a la persona de Donald Trump por la ignorancia de los electores estadounidenses; no había mucho para dónde hacerse, pero las cosas muy difícilmente podrían haberse puesto peor. Día tras día, alguna ocurrencia de ese subnormal ocupa las primeras planas de los diarios. Solo falta agradecerle al “economista” Milei sus dislates para quitarle el protagonismo por un día. Concurso de pen… itentes.
R. Reagan dejó escrito un libreto neoliberal que siguieron con entusiasmo notable Clinton, Bush y Obama, que ahora interrumpe D. Trump. Por su parte, y con el TLCAN, Salinas dejó otro, para México, que se continúa siguiendo al pie de la letra. Conque ¿ya se fue nuestro neoliberalismo?