“La separación del Estado y del mercado y su dialéctica coordinación, son las condiciones existenciales de la democracia liberal” (Martin Wolf, 2024, La crisis del capitalismo democrático, Paidós, México, p. 85).

Imaginar a un Leviatán con grilletes, poderoso pero limitado por un rígido Estado de Derecho, en matrimonio con un mercado eficiente pero imposibilitado de <<comprar>> el poder político, a estas alturas de la economía política global, es imaginar demasiado. El excelente texto de M. Wolf pone ejemplos varios de numerosas capturas recíprocas, a los efectos de populistas que llegan al poder por medio de la institucionalidad democrática y, desde ahí, comienzan a erosionarla y a los efectos, también, de multimillonarios que se apropian del poder político para imponer reglas en su propio beneficio.

En la lógica de asumir que no hay nada nuevo bajo el sol, Wolf considera que aquello que Gary Gerstle denominó el orden del New Deal, la alianza explícita del gobierno estadounidense con la clase trabajadora (la blanca, porque Franklin Roosevelt no deseó incomodar nunca al racismo sureño) y la edificación de un vigoroso Estado de Bienestar bajo el amparo de una economía mixta y aceptablemente planificada, es el mejor, acaso el único camino para satisfacer las condiciones de equilibrio en y entre los poderes económicos y políticos.

Es el caso que el liderazgo occidental que asumió Estados Unidos desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial condujo a la imitación de sus prácticas, ayer para bien y, hoy, para muy mal. El llamado <<mundo libre>>, en oposición a la planificación centralizada soviética, más que disponer de un ejemplo plausible, crecientemente padeció injerencias diversas de un autonombrado policía anticomunista global que ha recorrido una historia alucinante en su relación con el mundo, ya aislacionista, ya intervencionista, hasta alcanzar la paradójica condición actual de pretenderse económicamente autárquico (a lo mejor tal pretensión guarda relación con la semi despenalización de la mariguana y sus paraísos artificiales, anunciada este miércoles 17/12/25) y política -y militarmente- intervencionista.

El hecho consistente en alimentar expresiones diversas de nacionalismos que, en el caso europeo, pueden desintegrar lo integrado desde 1957 por figuras tan relevantes como Jean Monnet, Robert Schuman, Alcides De Gasperi y Konrad Adenauer, además de mostrar una buena dosis de irresponsabilidad trumpiana, es sorprendentemente viable y comienza a hacerse visible, por lo pronto, en el caso de la Italia de Meloni.

En la fase A del ciclo económico, la Unión Europea se convirtió en paradigmática para los numerosos, y crecientes, experimentos de integración económica y comercial verificados por todo el planeta; durante la fase B, la recesiva, a partir de los efectos tardíos de la Gran Recesión, se originó un par de Europas: La metropolitana, encabezada por Alemania y Francia y la periférica que agrupó a los grandes perdedores de aquella crisis: Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España (los PIIGS, por sus siglas en inglés, en el humor negro del Banco Mundial), que hubieron de experimentar, en ausencia de soberanía monetaria, sus respectivas y dolorosas recesiones austeras.

El malestar con la integración, el poco aprecio del europeo de a pie por las instituciones y decisiones de Bruselas, más el nada edificante Brexit del Reino Unido, hacen de Europa un espacio propicio para el resurgimiento de los nacionalismos que han sido las variables explicativas de las peores conflagraciones verificadas en ese mismo territorio.

La vulnerabilidad estructural de América latina y la emergencia de caricaturas de la caricatura que es Trump, con aspiraciones políticas que les incorporen al racimo de gobiernos de derecha y de ultraderecha en la subregión, vuelven a recordarnos la redundancia bolivariana y los naufragios de la ALALC y de la ALADI (Asociaciones latinoamericanas de libre comercio, en el primer caso, y de integración, en el segundo), así como el carácter -estrictamente retórico- de la <<hermandad>> sub continental.

El capitalismo democrático agoniza y el resurgimiento de nacionalismos y gobiernos autoritarios no solo amenaza a la utopía del libre comercio autorregulado, sino también y principalmente a la paz mundial.

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