“Existe una creciente sensación, entre quienes tienen la responsabilidad de gestionar grandes economías, de que la disciplina económica ya no cumple su propósito. Empieza a parecer una ciencia diseñada para resolver problemas que ya no existen” (David Graeber, 2019, Contra la economía).

En un merecidísimo reconocimiento a su creativa labor intelectual, política, taurina y vinícola (de los lados de la oferta y, muy especialmente, de la demanda), el enorme antropólogo y economista Juan Castaingts Teillery declaró, el pasado 20 de febrero en la UAM Iztapalapa: “Para comprender la realidad, la economía no puede sola”; esta enorme verdad, implícitamente ha sido reconocida por la propia disciplina en su versión dominante para abandonar todo intento de comprensión de la realidad y para mantenerse en una abstracción tan engañosa como duradera, un “pensamiento” circular y tautológico (En el largo plazo, el sistema económico se equilibrará, ¿cuándo se cumplirá ese plazo? cuando el sistema se equilibre).

El oráculo de la inflación, que se encuentra en la médula del monetarismo de Milton Friedman, nace adscrito a la Teoría Cuantitativa de la Moneda (QTM, por sus siglas en inglés), cuya fundación se disputan Fray Tomás de Mercado y Jean Bodin, durante el siglo XVI. En lo esencial, la QTM sostiene que los precios (P) son una función de la cantidad de dinero (M), con una baja velocidad del mismo (V, cantidad de veces que cambia de manos) y con una estructura preferentemente rígida de la producción (W), tal que:

M x V = W x P,

El problema es la inaplicabilidad de dicha teoría a la realidad, sumada al carácter político de la medida que convierte a los bancos centrales en los responsables del combate a la inflación y que, así, los hace súbditos de la QTM. En teoría, la restricción de la emisión (confundida con la creación) de dinero mantendría a raya a los precios; en la realidad, todo el tiempo se está creando dinero por la vía del crédito y esto no produce incentivos para la inflación.

Lo que hacen los bancos centrales no es, no podría ser, gestionar la creación de dinero, que cuenta entre sus creadores a los bancos privados. La verdadera gestión es la relativa al precio del dinero, las tasas de interés que, al encarecerlo, trabajan en beneficio de la especulación y en contra de la economía productiva, sin reducir los precios.

Como puede apreciarse, las tasas de interés no toman ningún sitio en la ecuación de la QTM, aunque sean el verdadero -recurrentemente errado- instrumento de los bancos centrales. En ocasión de la pandemia y posteriormente de la agresión rusa a Ucrania, la presión inflacionaria visible fue hija de una imperfecta inelasticidad de la oferta agudizada por el incremento de las tasas de interés que obligaron a una parálisis mayor de la producción.

El conocimiento cabal de la historia de nuestro banco central y de los años en los que se puso al servicio del desarrollo nacional, es un primer paso para realizar el balance de los efectos de una autonomía que solo existe en relación con cualquier mecanismo democrático de control y regulación, aunque resulte inexistente frente a los imperativos del capital financiero internacional. No es posible exagerar la relevancia del tema.

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