“… un aumento en la cantidad de dinero no tendrá el menor efecto sobre los precios mientras haya alguna desocupación” (John Maynard Keynes, 1937 [1958], Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, FCE, México, p. 262).
La poderosa afirmación de Keynes, del todo contraria a la muy añeja Teoría Cuantitativa de la Moneda (TQM) que, en obvio de términos y en palabras de Milton Friedman, percibe a <<la inflación -siempre y en cualquier momento- como un fenómeno monetario>>, explica la redundancia de la elevación de la tasa de interés cuando la espiral inflacionaria, como la que ha aparecido durante y después de la pandemia, es resultado de un problema de oferta y no de demanda. Un remedio equivocado para una enfermedad erróneamente diagnosticada.
Durante el mes de marzo del próximo año, habrán de cumplirse noventa de la primera edición de la Teoría general… que disfruta de una insospechada pertinencia en la tercera década del siglo XXI. En el inciso 3 de <<las posibles complicaciones que de hecho influirán sobre los acontecimientos>>, Keynes define el carácter estructural de cierto tipo, hoy dominante, de inflación:
“Como los recursos no son intercambiables, algunos bienes alcanzarán una condición de inelasticidad en la oferta a pesar de haber recursos sin empleo disponibles para la producción de otros bienes” (Ibidem., p. 263). La inelasticidad imperfecta de la oferta significa que no alcanza a moverse en la misma proporción que la demanda, con total independencia de causales monetarias.
Internalizada en América latina, particularmente por el enorme economista mexicano Juan Francisco Noyola Vázquez, esta es la inflación dominante, la estructural, que corresponde a un modo de producción no desarrollado, tardíamente capitalista. La rigidez productiva, esa imperfecta inelasticidad de la oferta se ha convertido, no tan recientemente, en la causa de la inflación también en el capitalismo maduro.
Además de por el inminente aniversario de la obra magna de Keynes, el asunto viene a colación por el andamiaje institucional que, en casi todo el capitalismo occidental, coloca el control de la inflación en manos de las autoridades monetarias: los bancos centrales, por reformas notablemente copiosas durante los años noventa del siglo pasado y que alinean a esas instituciones con la TQM, tal y como sucede con Banxico desde 1994. Un lamentable propósito neoliberal -matar de hambre a la bestia (el Estado)- que nuestro sedicente gobierno <<post neoliberal>> no puede ni quiere enmendar.
En la abundante obra de Robert Skidelsky, el biógrafo definitivo del maestro, no son pocos los textos con el título Keynes, cuyo sentido se aclara con una amplia variedad de subtítulos (cuando hay subtítulos); en uno que no lo tiene, se cita el epitafio que, desde su adolescencia en Eton, escogió Keynes:
“No sólo aquellos que retienen ecos claros de la voz divina son honorables -benditos son, en verdad, cualquiera sea el juicio del mundo- sino aquellos que oyen hermosos ecos tenues, aunque la multitud ensordezca, y contemplan las vestiduras de los dioses blancos en las colinas, que la muchedumbre no ve, aunque puede que no encuentren una música apropiada para sus visiones, benditos son, no despreciables”. Durante las semanas por venir, habré de esforzarme en mostrar por qué Keynes eligió con talento su propio epitafio, mediante un -espero ameno- recorrido por su enorme y variado legado.

