“La economía es más bien una ciencia pura y aplicada que una ciencia y un arte, y por eso le cuadra mejor la denominación de economía´, en un sentido amplio, que el de ´economía política´” (Alfred Marshall, 1948, Principios de economía, Volumen I, Editorial Síntesis, Madrid, p. 49.
Alfred Marshall es padre, al menos, de un par de relevantes criaturas: del análisis económico moderno y de la metamorfosis de la economía en profesión (en Cambridge, Inglaterra, durante 1903). En la segunda, mostró un peculiar cambio de actitud, ya que -cuando impartía clases de economía en el Newnham College- su alumnado era femenino, al que creía proporcionar una educación cívica pero, a la hora de crear la licenciatura, ardientemente se opuso al ingreso de mujeres a prepararse en la nueva profesión; incluso Mary Paley, su esposa y coautora (suprimida en la segunda edición del texto Economics of Industry) fue su alumna en aquella educación cívica.
Posiblemente, esta conducta de Marshall movió a su mujer a mantener su apellido de soltera y a pedir no ser enterrada junto a su marido a la hora sin retorno (Luis Perdices de Blas y Elena Gallego Abaroa (coordinadores, 2007), Mujeres economistas, Editorial del Economista, Madrid, p. 152).
En sus Ensayos biográficos, Keynes cita la reflexión que hace Marshall sobre la evolución de su pensamiento:
“De la metafísica pasé a la ética y vi que no era fácil la justificación de las condiciones existentes de la sociedad. Un amigo, gran lector de obras de lo que entonces se llamaban ciencias morales, repetía una y otra vez: ´¡Ah!, si supieras algo de economía política, ¡no hablarías así!´. De modo que leí Economía política de Mill y quedé entusiasmado. Tenía dudas sobre la justificación intrínseca de la desigualdad, no tanto de las comodidades materiales, cuanto de la oportunidad. Luego, durante las vacaciones, visité los barrios más pobres de diversas ciudades y recorrí una calle tras otra mirando los rostros de los más humildes. Inmediatamente después decidí abordar con todas mis energías el estudio de la economía política” (citado en John M. Keynes, 1992, Ensayos biográficos, Crítica, Barcelona, pp. 182-183).
Cuesta trabajo creer que Marshall leyó a Mill, notable feminista e incipiente heterodoxo, en el considerado como el primer libro de texto de economía política que recibió, con gran reconocimiento del autor, la influencia decisiva de su pareja, Harriet Hardy Taylor Mill, con quien escribió La igualdad de los sexos, tema más que lejano de las ocupaciones de Marshall (John S. Mill, 1996, Sobre la libertad, Alianza Editorial, Madrid, p. 56: “A la querida y llorada memoria de la que fue inspiradora, y en parte autora, de lo mejor que hay en mis obras”). Menos creíble es que el análisis de la desigualdad, y sus causas, tuvieran cabida en las elaboraciones marshallianas que son un batidillo de explicación de los precios: en el corto plazo, montada en el marginalismo y, en el largo, en el costo de factores.
La historia es la siguiente: Del robusto tronco de la economía política clásica inglesa, nacieron ramas notablemente variadas; Smith, en su monumental y enciclopédica Riqueza de las naciones, explica el papel de la división del trabajo y la teoría del valor trabajo como las variables explicativas del enriquecimiento nacional (el libro quinto de esa obra, justifica el adjetivo política en la elaboración). David Ricardo, profundizando el empleo del valor trabajo, focaliza sus indagaciones en la forma en la que el producto se distribuye entre dueños de la tierra, inversionistas y trabajadores, asumiendo que -con los salarios de subsistencia- el trabajo producía más de lo que recibía como remuneración; así, y sin quererlo, sirvió la mesa para la teoría marxista de la explotación (es Ricardo, y solo Ricardo, la fuente económica clásica del marxismo).
David Ricardo combinará una sólida amistad y una insuperable discrepancia con Robert Thomas Malthus, quien percibía a la fuerza dinamizadora del sistema en su definición (Keynes la llamaría intuición) de la demanda efectiva, exclusivamente referida a la que opera sobre los bienes de consumo.
John S. Mill sintetiza, y modifica, a David Ricardo, colocando en el sitio de la teoría del valor, al costo de factores (no solo el trabajo); la rama malthusiana, por mucho tiempo ignorada, hará florecer a la teoría keynesiana, mediante una ampliación de la demanda efectiva, hacia la inversión y el gasto gubernamental, pero también enfrentada a la duradera y errada Ley de Say invirtiendo los términos (es la demanda la que genera la oferta, y no al revés).
Una rama imprevista, distinta al utilitarismo benthamita y surgida en muy diferenciados ambientes, aparece en el panorama como marginalismo; más sorprendente por su simultaneidad que por su valor intelectual: “Se supone de ordinario que el término ´revolución marginal´ se refiere al descubrimiento casi simultáneo, pero completamente independiente, del principio de la utilidad marginal decreciente como el bloque fundamental de una nueva clase de microeconomía estática, realizado por Jevons, Mengers y Walras a principios del decenio de 1870 […] no se puede creer que tres hombres que trabajaban aproximadamente al mismo tiempo en climas intelectuales tan diferentes como los de Manchester, Viena y Lausana, pudieran haber captado por accidente la misma idea” (Mark Blaug, 1985, Teoría económica en retrospección, FCE, México, p. 374).
Sin la menor atención a la teoría marxista (y a la de Mill), Marshall intenta -a un tiempo- servir a Ricardo y a los marginalistas, construyendo los orígenes del actual mainstream, montado -ayer y hoy- en supuestos tan irreales que -conservando su coherencia interna- no tiene aplicabilidad alguna a la realidad, aunque constituye la columna vertebral de la enseñanza universitaria de la economía (más acertadamente, de las escuelas de negocios, aunque tengan otra denominación).
Como quiera que sea, la economía política está de regreso. No en esa confusa interpretación que la identifica con la crítica marxiana ni, mucho menos, la que (Lenin dixit) constituyó una fuente y parte integrante del marxismo: la clásica inglesa. La que ahora retorna es aquella que combina, en la interpretación keynesiana, a la mejor teoría económica con el arte de gobernar.
En el crepúsculo de la democracia liberal y del libre comercio; en el renacimiento del nacionalismo económico que cabalga en un vigoroso proteccionismo; en la habilidad rusa para sortear los costos de la guerra y de las sanciones de occidente; en la paciente carrera china hacia la hegemonía mundial, incluso en el flamante Plan México (por analizar en la próxima entrega), la ECONOMÍA POLÍTICA, con mayúsculas, ha retornado. Que sea para bien de la sufrida especie.