“Los viejos conservadores se convierten en progresistas, mientras que los viejos progresistas son tildados de conservadores. El hecho que el neoliberalismo, por su potente reinterpretación de la revolución darwiniana y del sentido de la evolución de la vida y de los vivos se haya acaparado de la cuestión del retraso y del avance explica en gran medida este estado de cosas” (Barbara Stiegler, 2023, “Hay que adaptarse”. Tras un nuevo imperativo político, Kaxilda, Argentina, p. 282).
¿Puede sobrevivir una interpretación neoliberal de la tensión entre el flujo y la estasis (el esfuerzo de los vivos para ralentizar artificialmente el devenir), al derrumbe en curso del libre comercio? Sí, por supuesto, pero a condición de abandonar, aunque sea parcialmente, su filiación naturalista, darwiniana en el peor sentido, y claramente Spenceriana. Si el que se ha autodefinido, globalmente, como el “gobierno de los más aptos” puede prescindir -como está aconteciendo- de la joya de la corona neoliberal que ha sido el libre comercio, ¿qué queda del neoliberalismo en el mundo de los vivos?
Una peculiar involución que produce el ascenso de los nacionalismos, los fascismos y de todas las formas de repliegue que restauran las estasis y refuerzan las barreras a la evolución que los neoliberales dicen representar. Una predecible sobreestimación de la figura de D. Trump, comenzando por su propia egolatría, parece enturbiar la comprensión del cuerpo de hechos que lo convierte en un hediondo síntoma y no en la causa original de nada.
La apuesta evolucionista, llevada al análisis social, ha sugerido por mucho tiempo que, tras llegar tarde a los acontecimientos que aparecen naturalmente en el panorama, nuestra especie inicia un constante proceso de adaptación; hoy, con el derrumbe institucional del neoliberalismo -comenzando por la desglobalización- cuesta trabajo compartir la visión mecánica que no reconoce frecuentes tropiezos y notables retrocesos en nuestra propia historia.
La más notoria víctima del proceso en curso es la democracia liberal; su crisis la coloca en estado de putrefacción, a la hora del nuevo ascenso de nacionalismos, no solo económicos, y de un abultado cuerpo de intolerancias, donde la condena a la migración aparece en primerísimo lugar; ¿cómo adaptarnos a esta involución?, ¿cómo justificar el traslado de narcos, en apariencia no pedidos, a las cárceles estadounidenses, en las que a más de uno puede estar esperando la pena de muerte?
A la hora de satisfacer las exigencias de un subnormal que, con todo y ello, nos sigue amenazando, es posible que comencemos a cultivar la propensión al sometimiento y a la humillación. Un tema que merece nuestra atención es el fortalecimiento del mercado interno, en lugar de tener una economía que exporta mucho y no crece nada. O casi. La retórica debe dejar su sitio a la acción.