En 1968, Juan García Ponce escribió su ya histórico libro “Nueve pintores mexicanos”, con el que dio carta de presentación a una de las generaciones más asombrosas del arte mexicano, la ya muy conocida como “Generación de la ruptura”. Entre los pintores que incluyó en el libro, junto a Arnaldo Coen, Lilia Carrillo, Manuel Felguérez o Fernando García Ponce, entre otros, está el gran pintor yucateco Gabriel Ramírez, de cuya pintura asombraba, desde entonces, el apabullante estallido del color, las figuras geométricas que van inventando un cuadro cada vez distinto en la mirada, una pintura en eterna evolución, que cambiaba su sentido al contacto con la luz. “Parece que esta pintando siempre el mismo cuadro”, escribió Juan, pero añadía: “sus obras (…) muestran una continuidad extraña y difícil de explicar, porque de alguna manera ésta no es monótona”. Verdes, amarillos, rojos, blancos, azules que constituyen una revelación del color.
Pero Gabriel Ramírez era, por sí mismo, una verdadera revelación: no se trataba sólo de un pintor excepcional, era un notable escritor que cada semana impresionaba por los artículos que publicaba en el periódico ”Por Esto!”, de Mérida, y que de igual forma mostraba su gran conocimiento de Luis Cardoza y Aragón que de Raymond Chandler, Enrique González Martínez, Jorge Ibargüengoitia o Arthur Shnitzler.
Había formado parte del legendario grupo “Nuevo Cine”, con Luis Buñuel, Jomi García Ascot, Emilio García Riera, Salvador Elizondo y José de la Colina, entre otros, y su pasión por el cine se tradujo también en investigaciones como El cine mudo en Yucatán, Miguel Contreras Torres, El cine de Griffith, o sus trabajos sobre Lupe Vélez.
Una semana de febrero de 1996, el inolvidable cineasta Alberto Bojórquez nos llevó a un grupo de amigos que buscábamos realizar desde el entonces gran canal cultural Canal 22, un proyecto audiovisual en Mérida ("Eisenstein en México", de Alejandra Islas), y requeríamos tener diversas reuniones que nos permitieran conseguir los apoyos que necesitábamos. “Para todo esto, se necesitan por lo menos 5 días”, nos advirtió “el Chaparro” Bojórquez. Caímos maravillosamente en la trampa y para las once treinta de la mañana del primer día, gracias a él, ya habíamos resuelto todo. Una hora después ya estábamos en la hermosa casa de Gabriel Ramírez descubriendo su sencillez y su sonrisa, viendo sus cuadros recientes, destapando una buena botella de vino blanco, y listos para irnos a “La Guarida del pescador” a escuchar las historias interminables sobre Jomi, sobre los viajes a Mérida de su entrañable amigo Álvaro Mutis, sobre el célebre pleito de Pepe de la Colina con los integrante del grupo Nuevo Cine: “¡Sois una putas!, nos dijo en plena sesión del grupo, Luis Buñuel incluido, y abandonó la casa indignado. Una semana después lo veíamos avergonzado en el camellón de la calle de la esquina, buscando cómo regresar. ‘Castiguémoslo dos horas más’ dijo entre risas Buñuel”. Y discutíamos cuales eran las mejores versiones cinematográficas basadas en obra de Thomas Mann o sobre la capacidad asombrosa de insultar que tenía Juan García Ponce.
Desde esa tarde luminosa, con Beto Bojórquez y con él, nunca dejé de tener contacto con Gabriel y lo buscaba en cada viaje a Mérida para ir al imprescindible restaurante “El manjar blanco” en la calle 47 frente al Parque de Santa Ana, donde doña Miriam Peraza había colgado en todas las paredes cuadros bellísimos de Gabriel. Esos cuadros que también estaban en una sala especial del Museo Macay, ya desaparecido, por culpa de otra de las muchas iniciativas de la estupidez de nuestros gobernantes.
Álvaro Mutis escribió acerca de él y su pintura: “Si fracasamos en el poema, cuán cierta ha de ser la derrota al trata de poner cerco a la pintura y a una pintura como la de Gabriel Ramírez. Quede la vanidad del intento como un tal vez no menos vano deseo de celebrar un milagro que nos han hecho los días de la vida un tanto más dignos de ser vividos.”
Ya no está Álvaro Mutis, y desde el pasado lunes 20 tampoco Gabriel Ramírez, quien se fue súbitamente y quien creía que era un tema “molesto y engorroso eso de morirse”. Se ha ido, seguramente, entre luces de colores verdes, amarillas, rojas, azules y blancas. Nos hizo a quienes lo conocimos y quisimos entrañablemente, y a todos los que vimos su pintura, “los días de la vida un tanto más dignos de ser vividos”.

