Eran justo las 8 de la mañana en Las Vegas, Nevada, el domingo 6 de abril cuando la añoranza por mi México me invadió. De golpe, vinieron a mí miles de recuerdos de sus olores, colores y sabores. Y es que, justo a las 9 en punto —hora de la Ciudad de México— la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo daba el banderazo inicial para la histórica Clase Nacional de Boxeo, misma que reunió a miles y miles de mexicanos a lo largo y ancho del país.

Debo decir que la sonrisa de Miguel Torruco Garza, quien incansablemente visitó a cada uno de los gobernadores de México, iluminó el Zócalo capitalino. Seguramente se sentía orgulloso de haber sellado la unidad de todos los estados a través del boxeo.

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Para mí, lo más importante no fue la presencia de Chávez, Durán o De la Hoya. Lo verdaderamente significativo fue ver a México unido por el boxeo, en un momento donde nos olvidamos de la violencia, el odio y las divisiones. El mensaje que se transmitía a través de miles de puños mexicanos era claro: unidad, bienestar y paz.

Todos vimos el Zócalo vestido de verde, blanco y rojo, pero la Clase Nacional de Boxeo fue eso: nacional. Por citar un ejemplo, tan solo en Ciudad Juárez se dieron cita más de 15,000 entusiastas, liderados por su alcalde, el Lic. Cruz Pérez Cuéllar, y el director del Instituto del Deporte, Lic. Juan Escalante, por supuesto acompañados por el Dr. Lorenzo Soberanes Maya, presidente de la Comisión de Boxeo de la fronteriza ciudad. Créanme: el país entero se rindió ante el boxeo.

El Consejo Mundial de Boxeo puso su granito de arena, pero hay que decirlo claro: el artífice de este magno e histórico evento no es otro que Miguel Torruco Garza. Siguiendo la instrucción de la presidenta de México, hizo un trabajo impecable al unir, literalmente, a todo el país en lo que puede convertirse en una sana costumbre: anteponer el deporte a la violencia. Insisto, el trabajo de Torruco Garza siempre será recordado.

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Ver a la familia mexicana unida de esta forma solo sucede cuando la selección nacional gana un partido en un Mundial —algo que, con todo respeto, no pasa muy seguido—. México necesita alegrías, unidad, paz y seguridad. Y el domingo pasado, me quedó claro que el boxeo lo logró. Así como ha logrado que el boxeo mexicano sea respetado como potencia a nivel mundial y sea, sin duda, el deporte que más gloria le ha dado a nuestro país.

Cuando los años pasen y se recuerde aquella primera Clase Nacional de Boxeo como la punta de lanza que cambió a México a través del deporte de los puños, inexorablemente aparecerá el nombre de Miguel Torruco Garza. Él fue el arquitecto y símbolo de unidad que hizo que México saliera a retacar sus plazas, tirando golpes de alegría, tirando golpes de unidad, y tirando golpes de paz y bienestar.

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