En el boxeo, como en la vida, nadie es eterno. He aprendido que la campana suena para todos, tarde o temprano. Las estrellas que ayer parecían invencibles, hoy son parte de la nostalgia. Mientras su brillo se convierte en recuerdo, otras figuras comienzan a iluminar el cuadrilátero. Esa es la esencia del boxeo: un ciclo infinito de gloria, caída y renacimiento.
Desde que era niño, escuchaba hablar de nombres que parecían míticos: Kid Azteca, Rodolfo “Chango” Casanova, José “Huitlacoche” Medel y Raúl “Ratón” Macías. Aquellos pioneros del boxeo mexicano no solo peleaban con rivales, también con la precariedad de la época y con un país que apenas entendía lo que significaba tener ídolos deportivos. Para muchos fueron los primeros en hacernos creer que México podía brillar a nivel mundial.
Con el paso del tiempo surgieron figuras que transformaron la historia: Rubén “Púas” Olivares, con su pegada demoledora, se convirtió en un símbolo del barrio. Carlos Zárate y Alfonso Zamora dividieron a México en bandos irreconciliables. Y cómo olvidar a Salvador Sánchez, aquel joven que parecía destinado a ser el mejor de todos los tiempos y que nos dejó demasiado pronto.
Hablar de Julio César Chávez es hablar de la cúspide del boxeo mexicano. Yo mismo viví la época en que no había reunión familiar, ni barrio, que no se detuviera a verlo. Chávez era más que un campeón: era un símbolo nacional. Cuando subía al ring, subía México entero. Su figura fue tan grande que parecía imposible que alguien pudiera tomar su lugar.
A falta de héroes mexicanos, Óscar de la Hoya emergía como el ídolo mexicoamericano, uniendo culturas y mercados. Y aunque digan que no es mexicano, De la Hoya es mexicano como el que más.
Luego aparecieron Marco Antonio Barrera y Erik Morales, dos guerreros que escribieron una de las rivalidades más intensas de nuestra historia. Después vino Juan Manuel Márquez, con su inteligencia, su disciplina y ese contragolpe que lo inmortalizó contra Manny Pacquiao.
En esos años también surgió una de las rivalidades más cruentas y memorables: Israel Vázquez contra Rafael Márquez. Sus combates fueron auténticas guerras, batallas escritas en letras de oro en la historia del boxeo. Ambos demostraron el espíritu indomable del peleador mexicano, dejando claro que la gloria no siempre se mide solo en victorias, sino también en la entrega absoluta.
Años más tarde, fue "Canelo" Álvarez quien tomó la estafeta que le cedía Floyd Mayweather. Lo vi crecer entre críticas, escepticismo y hasta odio. Nadie lo tuvo tan difícil para convencer a un pueblo acostumbrado a ídolos intocables. Pero el tiempo y los resultados hablaron: múltiples divisiones conquistadas, rivales de élite derrotados y la gloria de coronarse campeón indiscutible. Hoy, con sus victorias y derrotas, "Canelo" ya es parte de la historia de nuestro boxeo. Grábense esto: "Canelo" se va a retirar en la cima, no antes.
He aprendido que el aficionado mexicano suele resistirse al cambio. Recuerdo cómo, al principio, nadie quería aceptar a "Canelo" después de Chávez. Lo mismo pasó con Márquez, tras Barrera y Morales. Pero, al final, la historia siempre reivindica a los nuevos. El boxeo es así: mientras unos se convierten en leyenda, otros cargan con la responsabilidad de mantener viva la llama.
Si nos comparamos con otros países, la conclusión es clara. Puerto Rico ha tenido épocas de gloria, pero también sequías. Filipinas tuvo a Pacquiao como un gigante solitario. México, en cambio, nunca ha dejado de tener campeones. Siempre hay un nuevo nombre que aparece, siempre hay un nuevo sueño que nace.
Cierro parafraseando a Don José Sulaimán, que dijo lo siguiente: “Mientras haya pobreza y falta de empatía, habrá boxeo”.
@ErnestoAmador







