“La palabra mata…”, dice el sicoanalista Jacques Lacan.

Donald Trump sabe eso y, con sólo unas palabras, amartilló una pistola en la cabeza de la presidenta de México y del primer ministro de Canadá.

Con eso, de inmediato y sin nada a cambio (en nuestro caso), los obligó a blindarle las fronteras a Estados Unidos.

Le pusieron su muro --¡humano-militar!-- sin ningún costo. Tal es la fuerza de las palabras. Tal es el Poder.

Les tomó la medida. Irá por más. Otros países tomarán nota. Referiré solamente el caso mexicano.

El torpedo que disparó el presidente el sábado con aranceles de 25%, aunque los haya pausado el lunes por un mes, pegó en la línea de flotación del gobierno de Claudia Sheinbaum.

Apuntó y estalló en un punto específico. Delimitado. Reducido. Cerrado. Su blanco fue personal. Grupal. Institucional.

Los cárteles de la droga “tienen alianza con el gobierno de México”, dijo.

Nada parecido expresó sobre el gobierno de Canadá.

El señalamiento es claro. Indubitable.

¡Es el gobierno!

¡No es el Estado! ¡No es la sociedad!

¡No es el “pueblo”, que tantos usan como tapadera de sus canalladas!

La acusación es contundente. Inequívoca. Es directa hacia un sector. A la élite política que ha desgobernado el país durante los últimos años.

La inmensa mayoría de mexicanos no han sido ni son agentes del gobierno. Ellos no entran en la vergonzosa imputación.

El gobierno, objetivado como un grupo de personas, está conformado por unos miles de ciudadanos en sus tres niveles. En el cuerpo estatal.

Y categóricamente se puede asegurar que no todos ellos tienen relaciones criminales. Ellos no son los destinatarios de lo que afirma el gobierno vecino.

Aún entre la podredumbre gestada de larga data, pero desbordada como nunca en el gobierno de AMLO por la deshonestidad. La prevaricación. La malicia. El egoísmo. La rapacidad, hay personas con valores. Ética. Moral. Principios.

Suman millones. Son la base y la fuerza moral de la Nación, entre la inmundicia que, en general, la encabeza. Esa que quiere utilizarla hipócritamente para sacar nuevas ventajas. Que quizás esta vez no va a obtener.

El gobierno que refiere Trump, se reduce a quienes tienen capacidad de decisión en los asuntos públicos. A los que se han aliado con los cárteles.

Se hallan en la cúspide de los poderes formalmente constituidos. Son los políticos del más alto rango. Incluye alcaldes, Gobernadores. Legisladores.

La mayor parte de ellos se encumbraron en, y desde, la anterior administración federal que, con su permisiva y perniciosa estrategia de abrazos no balazos, convirtió al país en un cementerio. Un matadero. Un Infierno.

A la cabeza estuvo, por seis años, Andrés Manuel López Obrador. Defendiendo siempre, pese a las masacres, un método que, por las evidencias, apuntó más a proteger a los delincuentes que a sus gobernados.

El hombre que soñó con estar al lado de Hidalgo. Juárez. Madero. Cárdenas, prometió que no mentiría. No robaría. No traicionaría.

Fue lo único que hizo y dejó hacer.

Pero exponencialmente magnificado. Esas prácticas se dieron en todos los anteriores gobiernos. La depredación y la corrupción, en toda medida, ha sido y es la esencia de todos.

Lo más tóxico que heredó AMLO a su sucesora, es la criminalidad que, con la presencia y el dominio que tiene, es un cuasi Estado.

O más específicamente, un gobierno dentro del gobierno. Un cogobierno.

De donde surge la precisión norteamericana de que los cárteles de la droga “tienen alianza con el gobierno de México”.

En algunos casos habría alianza. En otros, incluso subordinación. Complicidad. Entrega de las funciones públicas a manos criminales. Para beneficio de sus líderes.

Eso, justamente, es lo que Estados Unidos quiere revertir. Hasta donde le convenga.

Ante eso, CSP no sólo no parece estar atrapada y sin salida.

Se halla con el cañón de un revólver en la sien.

¿Cómo hacer lo que le exige Estados Unidos a base de amenazas?

¿Podrá desmontar la red de corrupción-complicidad que se le recrimina?

¿Querrá hacerlo?

Sus márgenes de maniobra son sumamente limitados.

Intentarlo implicaría trastocar prácticamente todo el orden morenista establecido por AMLO, del que ahora ella está al frente.

De una posible cruzada contra los criminales gubernamentales, muy pocos saldrían bien librados. Quizás estos estarían a favor de una catarsis.

Pero los que seguramente se opondrían, son muchos más. Forman toda una red. Firmemente entrelazada. Sellada. Soldada. Decidida a mantener su impunidad y sus negocios.

¿Cuántos de los virreyes estatales que firman desplegados de “apoyo” a la presidenta aprobarían una cruzada contra los narcogobernantes?

Sería un autosuicidio para varios. Ninguno querría hacerlo.

Las complicidades más fuertes se dan entre rufianes.

Tienen información unos de otros. Si caen unos, pueden arrastrar a varios. Siempre procuran saber de sus “socios” lo que más los compromete.

Es ese el seguro que siempre buscan. Ahora lo hacen con videos y audios.

Empero, no es imposible que se rompan las reglas de la omertá --fidelidad y silencio-- cuando a alguno le convenga. Las traiciones son posibles incluso cuando hay vínculos de consanguinidad.

Muchas de las piezas más importantes del acusado gobierno, estuvieron o están en el poder público. No son pocos los que continúan en importantes cargos.

Instancias gubernamentales de Estados Unidos y Medios nacionales y extranjeros, lo han señalado por años.

De la negación y el rechazo han hecho, descaradamente, su único refugio. Estas prácticas, vinculadas al cinismo. Al sarcasmo. A la burla. A la contraacusación, han sido su única “defensa”.

El caso de Rubén Rocha ejemplifica el fenómeno. El respaldo que se le sigue dando es el exceso de la impudicia.

Las alabanzas que le prodigan sus amigos legisladores, empezando por Ricardo Monreal, mueven a suspicacia. ¿Por qué tanto empeño en “defenderlo”? ¿Harán lo mismo si vienen por él mañana?

Donald Trump quiere la cabeza del monstruo. La hidra, encarnación del mal. No sus tentáculos.

Los esfuerzos que hace Omar García Harfuch contra estos, son enormes. Valiosos. Inestimables.

Las 40 toneladas de drogas, los cuatro millones de pastillas de fentanilo, los 10 mil delincuentes capturados en el sexenio, son apenas una muestra de la dimensión del fenómeno. Consentida. Prohijada, Alentada por López Obrador.

La violencia se recrudece. Los cabecillas siguen intocados. Intocables. Impunes.

Las acciones contra su servidumbre, no son suficientes. No satisfacen a Donald Trump.

Quiere que México haga más. Sus amenazas de imponer aranceles es un arma que no dejará de esgrimir. Las pausas siempre tendrán otros inicios.

La que consintió, es un periodo de gracia para Sheinbaum que, de cualquier modo, apunta a la concreción de lo que Estados Unidos quiere.

El mes de plazo que ella pidió, es apenas el principio. Tratará de obligarla a hacer su voluntad. Su capricho. Su antojo. Obtendrá lo que quiera.

Ayer mismo empezó a protegerle su frontera contra migraciones y fentanilo. Ese costo, sólo económico, será fenomenal para México.

A cambio de nada. Esa no es negociación. El triunfalismo. El éxito. La euforia. Las celebraciones, no tienen ninguna base. Ninguna razón de ser.

Una negociación se da sobre un beneficio mutuo. Esperemos a que nos diga qué obtuvo, más allá de un mes adicional de incertidumbre.

El “compromiso” de Trump de “trabajar” para evitar el tráfico de armas a México, no es más que eso.

El despliegue de la Guardia Nacional para proteger el Norte mexicano es, en realidad, un escudo para el Sur norteamericano.

El amago fue lo único que necesitó Trump para que, al instante, lo ponga nuestro gobierno. (Trudeau hará lo mismo. Con la misma fórmula).

Esa decisión es la imposición de uno. No un acuerdo de dos. Es injerencismo. Una orden del presidente al afirmar que será permanente.

Sin el menor rubor, Trump le dice a México qué hacer. Y por lo que se ve, se le obedece.

¿Dónde queda la soberanía nacional, la independencia, la dignidad?

Su gobierno quiere a los verdaderos capos. Los grandes. Los conoce a todos. Les tiene documentados sus nexos criminales. Con eso, todo indica que, inexorablemente, la presidenta tendrá que dar un primer paso decisivo en Sinaloa. No tiene otra manera de evitar los aranceles.

En esa dinámica, no es improbable que il capo di tutti capi tenga que caer también. Tomada la medida. Establecidas las reglas del juego por el que puede hacerlo, desaparece todo límite.

Máxime, cuando un loco empuña un arma, tiene el dedo en el gatillo y está decidido a accionarlo.

El momento de la Gran Definición para la primera mujer presidenta de México, ha llegado.

Su valentía no está a prueba en el discurso. Sobra. Ahora, está sometida real y crudamente a los hechos. La obligan a definirse.

Su opción está entre sus lealtades. O sus gobernados.

Mantener su apego a las primeras, que debe soslayar, la llevarán a ella y al país al desastre.

Inclinarse por los segundos, como es su deber, le dará la oportunidad de rehacerse, fortalecerse y continuar.

Jacques Lacan completa su sentencia: "La palabra mata… la cosa". Y precisa que el lenguaje no sólo describe la realidad, sino que la modifica, "la mata", convirtiéndola en algo distinto a lo que era en su estado preverbal.

De donde se sigue que, para Sheinbaum, cambiar la insana realidad del otro para construir positivamente la suya, es el reto de su vida. Y el tiempo corre en su contra.

Línea de Fuego

El morenismo no entiende. México está envuelto en un tsunami y sus legisladores sólo se ocupan de aprobar leyes absurdas, como la del Infonavit y la electoral. Los “sabadazos” no le bastan. Le gustan también los “domingazos”. Y su saña contra la Suprema Corte no termina.

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