Donald Trump y Claudia Sheinbaum están en guerra.
Hasta hoy, circunscrita a declaraciones. A la ofensiva y a la defensiva verbal. Pero vendrán más hechos.
Aparecerán la irracionalidad. La brutalidad. La sinrazón. La barbarie.
Y se comprobará la ley universal y eterna de que el fuerte siempre se impone al débil. Lo devora. Lo engulle.
No hay alternativa. No hay manera de evitar el desenlace de esa pugna.
Esgrimiendo la extraordinaria. Descomunal fuerza que es en la actualidad el comercio, columna vertebral del capitalismo, el presidente norteamericano lo está utilizando para imponer a todos su visión del mundo. Su mundo.
Con sólo anunciar al principio de su administración que impondría aranceles de 25% a las exportaciones de México y Canadá, empezó a mostrar algo de lo que es capaz.
Estableció condiciones concediendo una breve tregua de treinta días.
Los gobiernos de ambos países se dieron a la tarea de sellar, al instante, las fronteras del Imperio. Miles de soldados, sumados a los propios, lo protegen contra la migración y el fentanilo.
Para el gobierno de México, eso fue un rotundo éxito. Falso. Se engaña.
Sus turiferarios divinizaron a la presidenta. La “cabeza fría” con la que ensalzan su “capacidad negociadora” para aplazar el golpe, es una ridiculez.
Ella, como jefa de gobierno, y México como país, no tienen con qué negociar. Basta ver la dimensión de la economía nacional. Dependencia Fragilidad. Vulnerabilidad. Debilidad.
El estribillo presidencial de “coordinación, no subordinación”, es una falacia.
¿Qué coordinación México-EU hubo para que Sheinbaum colocara diez mil soldados en la línea fronteriza?
¿No parece esa decisión la obediencia pronta, incondicional y ciega de una orden?
¿A cambio de qué aceptó eso? ¿Fue tiempo lo único que consiguió?
Su disposición verbal a mantener la soberanía y la independencia del país, entonces, suena hueca. Inconsistente. Irreal. Incumplible.
¿No vio el pequeñísimo despliegue de fuerza aérea y naval que exhibió hace unos días el gobierno de Trump cerca de las costas mexicanas, y que sigue?
Ante el poderoso actuando con ventaja, prepotencia y autoritarismo. Sin ley, Límites. Escrúpulos, muy poco, quizás nada, se puede hacer.
Por lo menos no habría que engañarse. Ni engallarse.
Apenas el domingo, Donald Trump reprochó: “no son suficientes las acciones emprendidas por México para evitar la imposición de aranceles”.
El mensaje es claro. En la negociación con Sheinbaum hay faltantes. Que debe cumplir. Entregar.
¿Qué más le pidió? ¿Qué más la obligó a comprometer? ¿Qué más deberá dar? ¿Qué ganará México?
Dar todo a cambio de nada, como parece ser el caso, es sumisión. Complacencia. Impotencia. Entreguismo.
El corto plazo ganado en los aranceles no es un beneficio para México.
Puede ser, incluso, un periodo para que Trump, viendo que a todo cede la presidenta, le exija más. Y más. Cada vez más.
¿Cabe la posibilidad real de ponerle un “hasta aquí”?
Con verborrea eso no es ni será posible.
Por eso, el martes Trump anunció tasas de 25% al acero y al aluminio que México y otros países le venden.
En los temas migratorio y de aranceles, que tienen una importancia enorme para el presidente estadunidense, empero, subyace el del fentanilo.
Pero no simplemente para que deje de ser enviado por cárteles mexicanos al gigantesco mercado vecino. A los millones de insaciables viciosos que tiene.
Su objetivo sería llegar a la matriz del problema: Sus protagonistas. Padrinos. Encubridores. Socios. Cómplices.
Los que han consentido a los cárteles. Los que han ayudado a construir en México desde el poder público esa estructura perversa. Perniciosa. Poderosa. Pavorosa que, según Estados Unidos, se materializa en la alianza inconfesable entre el crimen organizado y el gobierno.
Y en eso, hasta ahora, Claudia Sheinbaum está absolutamente decida a no dar un paso atrás. A no hacer la menor concesión. A no ceder un ápice.
Sabe muy bien que tocar ese punto, implicaría tomar decisiones contra correligionarios importantes suyos. Que han tenido u ocupan puestos de alta decisión. Que habrían practicado la política de laissez faire, laissez passer con los grandes capos.
Mediante el pago, ¡claro!, de sobornos millonarios. Dinero sucio proveniente de asesinatos. Secuestros. Extorsiones. Desapariciones.
Connivencias anudadas que se reflejan en la violencia que impera en todo el país. En la sangre de ciudadanos que sigue corriendo por el vasto mapa mexicano. En la inseguridad. Miedo. Zozobra. En la descomposición que envuelve y amenaza a todos.
Durante los últimos días, el asunto del fentanilo ha sido central en el intercambio Sheinbaum-Trump, enmarcado en el del comercio y las deportaciones.
Ante las imputaciones de allá, “respuestas” de aquí. Sugerencias. Exigencias domésticas que jamás serán atendidas por el poderoso.
Interrogantes presidenciales inútiles de contestación innecesaria y obvia: “¿Qué no hay cárteles allá? ¿O delincuencia organizada allá?”.
Salidas en falso, incluso, como la de sugerir que la administración Trump empiece por su propio país para combatir el azote de las drogas.
Los estadunidenses no harán lo que a otros convenga o deseen. Hacen lo que quieren que hagan los demás. Los coaccionan. Los intimidan por la sencilla razón de que pueden hacerlo. Tienen con qué.
Y lo que eventualmente querría Donald Trump, es llegar a la raíz de los cárteles. Para dar una demostración de poder. Para que sea una lección que los demás aprendan por obligación.
Considerar el alcance de ese propósito, implicaría la obligación inevitable e inaplazable de Sheinbaum de hacer caer cabezas realmente importantes de la delincuencia. De los criminales puros, originales. Y de los criminales asociados.
Una respuesta a ese nivel para calmar a la bestia que la acecha, se concretaría actuando contra algunos gobernadores. Por todo lo que se sabe de él públicamente, el de Sinaloa tendría que ser el primero.
Pero en ese supuesto, Rubén Rocha Moya sólo sería un primer trofeo. Trump querría más. Y más, mediante la apelación al instrumento infalible con el que fustiga al planeta.
De abrir la cloaca con ese morenista, se empezaría a ver una cadena.
Quedaría al descubierto el sistema. La estructura que abarca todos los ámbitos. Todos los partidos. Todos los niveles. Muchos momentos. Décadas de criminalidad. Corrupción. Connivencia. Impunidad.
Muy pocos políticos de hace muchos ayeres, de tiempos recientes y de ahora, quedarían exentos de un señalamiento. De una acusación. De una investigación. De probable castigo.
Pero por sus circunstancias, los morenistas estarían al frente.
En esa vertiente, no es improbable que el propio Andrés Manuel López Obrador tuviera que responder ante algún tribunal. En Estados Unidos. En México es impensable.
Él sabe que el gobierno norteamericano lo tiene bajo vigilancia. Que sigue sus pasos. Que sabe todo de él aun estando en las sombras. Que lo puede llevar al banquillo de los acusados.
Eso es lo que al parecer está realmente en juego.
Se desmoronaría el morenismo.
Trump ganaría por partida triple: contención de la migración, ganancias extraordinarias con la imposición de aranceles y desmantelamiento del sistema de criminalidad-corrupción que ve en la alianza narcos-gobierno.
¿Permitiría eso Claudia Sheinbaum Pardo?
Hasta ahora no se le ve iniciativa. Intención. Propósito. Necesidad.
Incluso, se mantiene como firme defensora de AMLO.
“Nosotros (ella), siempre vamos a defender al presidente López Obrador (…) Que no se equivoque nadie, somos parte del mismo movimiento…”, dijo apenas la semana pasada.
Es su postura. Su responsabilidad. Inamovible. Irreductible hasta ahora. Pero ahí está Trump con una posición contraria.
Es la guerra que, en esencia, ambos están librando.
Ella es la guardiana de la organización político-partidista-gubernamental que erigió su antecesor. Es la herencia que le dejó. Para cuidarla. Recrearla. Protegerla. A sus integrantes más conspicuos.
Trump está en otra frecuencia.
La fidelidad. La lealtad de la presidenta, es incuestionable.
Pero está el país de por medio.
¿Qué opción tiene?
Si decide mantener al morenismo en medio de la podredumbre en que lo ve y lo define Estados Unidos, pierde.
Si orilla a su presidente a que lo desbarate, perdería.
¿Y México? ¿Y los mexicanos?
También perderían. Pero hay pérdidas que los beneficios compensan.
En último caso, se vería el derrumbe de un grupo depredador que se asume como dueño del país. Que se siente su amo. Que, ensoberbecido. Insolente. Altanero, cree que será eterno…
Línea de Fuego
Es vano llamar a la unidad cuando el poder se ha reducido a dos, se concentra en uno, y excluye a la titular de la Suprema Corte de eventos cívico-políticos como los aniversarios de la Constitución y la Marcha de la Lealtad. En esta, el titular de la Defensa, Ricardo Trevilla, dijo: “…la lealtad obliga a quienes la practican a ser íntegros, honestos, honorables y valientes (…) a cultivar un sentimiento de confianza mutua, de respeto, de unidad y de nacionalismo que promueva la cohesión social para alcanzar los objetivos nacionales”. ¿Tomará en cuenta ese señalamiento la presidenta?